lunes, 27 de diciembre de 2010

Capítulo 4 parte 3

3
Solomon gritó, sorprendido y furioso, y se quitó las gafas de visión  telepática. No lo podía creer. Corrió a la estrella de siete puntas e invocó al archidiablo de nuevo, que se materializó dentro del pentagrama de ese modo tan espectacular con que lo hacía siempre.
El gran demonio presentaba una oscura quemadura en el torso, y su humor era mil veces peor del habitual.
—¿Quién es esa niña? ¿Dónde la conseguiste? ¡Habla, mortal!
— Mis servidores la trajeron a petición mía con la intención de usarla para coger la Piedra para nosotros, nada más… Sólo es una niña…
— ¡Me ha expulsado de tu plano, humano incompetente! ¡Ha sido capaz de infringirme una dolorosa herida con la energía positiva más pura que jamás he sufrido! —bramó estruendosamente Eretné, haciendo que al mago se le erizaran los pelillos de la nuca.
— Pero… pero es muy pequeña para un poder tan grande…
— Tus ojos te engañan, estúpido mago. Tus limitados ojos humanos…— el archidiablo sonrió con una sonrisa perversa, lasciva—. Sólo un incompetente se rodea de incompetentes… Pregunta a tus siervos. Pregúntales dónde consiguieron a la niña. Y luego, tanto si se trata de una traición como si no, destruye a esos cretinos.
— ¡No te atrevas a darme órdenes, archidiablo!— saltó  Solomon, rechinando los dientes de rabia—. ¡Y no es a tí a quien debo rendir cuentas! Reúne tus fuerzas y prepárate para entrar con ellas en este mundo por la Puerta de los Planos en cuanto esté lista. Demuéstrame que tu leyenda de poder y destrucción no exagera.
— Estoy deseando regresar a tu plano a sembrar el caos. Pero recuerda que no aceptaré tus preceptos, ni los del Dios oscuro. Y, mientras me regocijo con la destrucción de tu mundo, procura tener a buen recaudo mi rajjak.
El pentagrama se vació con estruendo, dejando a Solomon desconcertado. El mago volvió sobre sus pasos hasta llegar a la escalera de caracol que conectaba los cinco niveles de la fortaleza excavada en la montaña y la bajó deprisa. Descendió dos pisos hasta llegar al quinto y último nivel y caminó levantando ecos por el pasillo de piedra bruta, en cuyas paredes, a intervalos regulares, pendían antorchas que ahuyentaban sin mucho éxito la oscuridad.  A su paso, servidores demoníacos menores se apresuraban a apartarse, a la vista del mal humor de su amo, pues habían aprendido que lo mejor en tales casos era quitarse de en medio so pena de servir de blanco a la ira de Solomon, muy dado a estos procederes. El mago se detuvo ante una puerta y la golpeó con los nudillos, impaciente.
— Entra— dijo una voz profunda y aterradora, como el eco de una sima insondable.
Solomon entró en la habitación sin cerrar la puerta, pues la oscuridad allí dentro era total. La alta silueta se recortó con la tenue iluminación que entraba del pasillo, y la ennegrecida armadura trató de reflejar tímidamente la luz. Los dos puntos rojos que ocupaban las cuencas oculares se clavaron en el mago con desdén, y si su calavera hubiera tenido carne  hubiese revelado la sorpresa de ver allí al Enlace en persona. Nunca antes se había rebajado a acudir a sus aposentos.
El caballero de la muerte avanzó unos pasos, oscilando su negra capa detrás suyo, envolviéndolo en un aura de magia negra, letal,  y se plantó ante él, dominándolo con su estatura tanto como con su inquietante apariencia. Agachó levemente la calavera, tocada con un yelmo tan ennegrecido como la armadura, a modo de saludo. El mago templó sus nervios, consciente de que el único motivo por el que el caballero acataba sus órdenes era la lealtad de éste para con su Señor Balician, que designó a Solomon como su Enlace. Pero la animadversión era mutua.
— Caballero Krons— le saludó escuetamente el mago.
— Maestro Solomon.
— Tengo una pregunta importante que haceros, si me permitís.
— Os permito.
— La niña… ¿Dónde la conseguisteis?
— La encontré.
— ¿Cómo que la encontrasteis?
— Si, la encontré… tal y como la traje. Sola, en un campo. Me limité a capturarla, ni siquiera trató de escapar. ¿Es que acaso ha fallado su cometido?
— Depende de cuál fuera su cometido…— dijo enigmáticamente el mago.
— ¿Qué queréis decir?
Solomon decidió no dar  información al espeluznante caballero, al menos de momento. Tenía que pensar en lo sucedido y planear algún ardid rápido, pues pronto el Dios volvería y esperaba resultados, resultados que no había conseguido. No deseaba probar de nuevo su ira.
— Nada. Debo irme. Si me perdonáis…
El caballero observó al mago con suspicacia mientras éste se volvía y salía de sus aposentos. Cada vez le desagradaba más ese engreído. Cerró las manos sin carne, enguantadas en cuero negro, y las volvió a abrir. Pensando en la respuesta de Solomon, conjuró intentando sondearle la mente, receloso. Tampoco ésta vez pudo conseguirlo, los poderes del mago le superaban desde que portaba la Piedra Negra.
Solomon entró taciturno en el salón del tercer nivel, que hacía las veces de sala de mando, sin prestar mucha atención a una representación de la guerrilla zheeremita que le esperaba. Buenas noticias, los elfos oscuros aguardaban sus órdenes en los puntos convenidos, organizados y listos. Un problema menos, pensó. Por fin estaba ya todo preparado, todo menos lo principal... Sintió entonces aquel terror primitivo que precedía la visita de su Señor. Despidió a todo el mundo apresuradamente y se quedó solo, esperándole.
— Mi Señor…—dijo con la consabida reverencia.
“Dime, siervo, ¿tienes ya la Piedra en tu poder?”
Solomon tuvo un fugaz momento de pánico, pero se sobrepuso con rapidez. Ocluyó su mente un poco, esperando que el Dios Oscuro no se diera cuenta, y decidió mentir.
—Sí, mi Señor.
“¿Cómo la conseguiste?”
— Usé a una niña que capturó Lord Krons, mi Señor. Ella cogió la Piedra para nosotros…
“¿Está aquí el talismán?”
— No, mi Señor. Está en los sótanos, dentro de un cofre. La luz que emite ciega a mis criaturas.
La explicación pareció complacer a Balician.
“Bien. Debes destruirla, y para destruirla debes hacerla vulnerable, y para que sea vulnerable debes corromperla. Consigue que alguien apto para tocarla la use para quitar una vida vil y atrozmente. ¿Qué acto puede ser más vil que introducir la piedra en la garganta de un desvalido recién nacido, ahogándole con ésta? Es un ejemplo, puedes ser creativo si te divierte… Teniendo la Piedra en nuestro poder, siendo como es el último obstáculo para nuestros planes, no esperaré más para abrir la Puerta de Los Planos. Dentro de dos días, según el tiempo de tu mundo, debes haber destruido ese poder Blanco, pues será el momento en que la abra por fin. ¿Están los ejércitos terrenales preparados?”
— Esperan Vuestras órdenes, mi Señor, apostados en Delania. La puerta planar se abrirá en el Desfiladero de la Rosasangre, según he calculado.
“Así es. Envía a Lord Krons a comandar las tropas espectrales. Él  conducirá los ataques, tú permanecerás aquí y le transmitirás mis estrategias. No debes ponerte en peligro. En cuanto a Eretné, le daremos libre albedrío mientras sirva a nuestros intereses; más tarde nos desharemos de él”.
— Así se hará —acató Solomon con una nueva reverencia.
 El contacto se interrumpió y el mago suspiró aliviado. Había logrado eludir de momento un perverso castigo.
Esperó una hora, y cuando tuvo pensado el modo de actuar, mandó llamar al caballero de la muerte a su presencia. Esta entrevista tenía que realizarla en su terreno.
Lord Krons se presentó en la sala y encontró al mago escribiendo afanosamente en su escritorio. El mago levantó la vista de los pergaminos y ofreció asiento al caballero, que lo rechazó.
— Habéis mandado a buscarme. ¿Ha habido contacto?— preguntó el espectro.
— Si. Se dispone a abrir, por fin, la Puerta. Quiere que comandéis las tropas, bajo mis instrucciones que serán las Suyas.
—¿Abrir la Puerta? ¿Habéis destruido ya la Piedra? —Se excitó Lord Krons.
Solomon miró la pluma que sostenía en su mano derecha y jugueteó brevemente con ella, haciéndola girar. Luego levantó la vista y se enfrentó con los dos puntos rojos que le observaban desde la calavera.
— No puedo destruir lo que no tengo, Lord Krons. No Le he dicho que hemos fracasado. Porque hemos fracasado. La niña que trajisteis… no es una niña normal, diría yo.
—¿Qué intentáis decirme? —Gruñó el caballero, a quien todo aquello empezaba a enfurecer.
— La niña no sólo expulsó a Eretné y sus huestes sino que, además, le infringió una fea herida al archidiablo. —Solomon se inclinó hacia él para dar fuerza a sus palabras, y juntó sus manos apoyando simétricamente los dedos—. Expulsó a un archidiablo, Lord Krons. Es una hechicera o algo peor, y de un poder increíble. ¿Cómo, en nombre de nuestro Señor Oscuro, no os disteis cuenta?
El caballero pareció turbado con esta información, pero no confiaba en el mago.
— Eso no puede ser. Sin duda estáis equivocado. Una niña tan pequeña no puede ser tan poderosa.
— Exacto, estoy de acuerdo con vos —dijo, levantando el dedo índice y asintiendo con mucho teatro. Su rostro se transformó después en una máscara de desdén —. Por tanto, ¿qué me trajisteis? Puede parecer una niña, pero estamos de acuerdo en que no lo es, no lo puede ser.
— Y entonces, ¿qué es?
— No lo sé, pero está claro que es contraria a nuestra causa y poderosa, puesta en vuestro camino alevosamente, me temo. Y vos la trajisteis, satisfecho con la facilidad con que cumplisteis vuestro cometido, sin desconfiar ni aseguraos de nada; y mis servidores la enviaron al lugar de la emboscada, para usarla a la hora de capturar la Piedra Blanca. Mordisteis el anzuelo, caísteis en la trampa que alguien dispuso. Así que, por el bien de los dos, a los ojos del Dios Oscuro, en lo que respecta a la Piedra, ésta está en nuestro poder. Para nuestro Señor no hemos fracasado, pues Él no tolera el fracaso: es más, lo castiga cruel y contundentemente. ¿Estáis de acuerdo con mi proceder?
Lord Krons pareció inquieto, pero sus dudas se disiparon enseguida. El mago había conseguido involucrarle en su trama, no tenía otra salida.
— Estoy de acuerdo.
— No temáis, esta mentirijilla pronto dejará de serlo. Mientras vos cumplís con los designios del Señor Oscuro, yo dispondré aquí de tiempo y esclavos que se ocupen de capturar la Piedra. Eso es todo, disponed lo necesario para ocupar vuestro puesto frente a nuestras tropas, allá en el Desfiladero de la Rosasangre, caballero Krons.
— Partiré en una hora. Maestro Solomon— se despidió del mago.
Comandante Krons.
El poderoso esqueleto se dio la vuelta y salió de la sala;  el mago sonrió aliviado y se levantó dispuesto a premiar su propia habilidad con una copa de buen vino.

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