miércoles, 22 de diciembre de 2010

Capítulo 3 parte 5

5

Winter se cogió del brazo de Liander mientras caminábamos por los solitarios pasillos de camino a nuestros aposentos. Yo iba tras ellos, y pude oír lo que se dijeron:
— Ninguno de los presentes ha de traicionarnos. Sondeé sus mentes, tal como me pediste. Todos están limpios.
— Ya me lo imaginaba, querida mía. Ésta vez es diferente. No necesita más aliados de los que tiene ya en Álderan, no necesita traidores. Necesita abrir la Puerta. Por cierto, buena jugada con Eisset. Muy inteligente.
— Su psique es tan sencilla como el mecanismo de una pipa. Y su ego más grande que esta torre —dijo Winter divertida y Liander rió el comentario de la hechicera—. Pero su rápida reacción me hace sospechar que hay otro motivo que la impulsó a ofrecerse…
— Tú dirás…
— Impedir que nadie toque siquiera la Piedra.
— Pero qué astuta eres, querida. Bueno, habremos de pensar en el modo de persuadirla para que nos la entregue. La necesitaremos repetidamente durante la misión.
— Va a ser difícil. No puedo usar conjuros enajenadores con ella, tendrá que entregarla voluntariamente.
Briego, que caminaba a mi lado y estaba también al caso de la conversación, no pudo evitar inmiscuirse y ser una vez más él mismo.
— ¿Conjuros enajenadores? Bah… No los necesitamos, teniendo a Proctor. Que le eche un buen polvo y le dará hasta la propia Torre, si se lo pide… ¿Os habéis fijado cómo se derrite cuando le mira? ¿Qué dices a eso, Proctor? No dirás que Eisset no es atractiva…Yo que tú volvería sobre mis pasos y… ¡Ay!
Unos rayos azules envolvieron al bárbaro, que dio un salto y soltó una retahíla de tacos.
—¡Pero qué carácter tienes, endemoniada hechicera…!—dijo Briego.— ¿He dicho algo malo?
— Ocúpate de tus propios polvos— fue la escueta respuesta de Winter.
Entonces, sorprendentemente, Proctor dio media vuelta y comenzó a desandar el camino. Winter lo observó estupefacta.
— ¿A dónde demonios vas?—le increpó.
— A conseguir la Piedra —dijo, y se perdió en la primera esquina.
La expresión de la hechicera daba miedo. Yo alcancé la puerta de mi habitación y me metí dentro, atribulado por presenciar la humillación de Winter. No podía creerlo. Mientras cerraba la puerta, oí gritar de nuevo a Briego.
— ¡Ay! Y ahora, ¿por qué me castigas?
— ¡Por bocazas!                        

Estaba sumido en una especie de duermevela, al poco de acostarme, cuando un ruido me despertó. Sonó como si una pieza de loza se hubiera roto contra el suelo en la habitación de al lado. Luego oí un sollozo. Winter.
Me levanté, me vestí y salí al pasillo. Toqué suavemente con el puño en la puerta de madera y ésta se abrió enseguida con brusquedad: la hechicera me miró primero con ira, luego, cuando me reconoció, su semblante se suavizó. Sus ojos estaban secos, pero su rojez probaba que poco antes no lo estaban.
— Ah, Enitt…
— ¿Estás bien, Winter?
— Entra —me ordenó.
Yo obedecí. En una esquina del cuarto vi arrinconados los fragmentos de lo que supuse fue un jarrón. Ella siguió la dirección de mi mirada y pareció un poco avergonzada.
— Se me ha caído –mintió—. Luego lo arreglaré.
— Oye, ¿no creerás que Proctor seguirá el consejo de Briego, verdad? ¿Estás disgustada por eso?—le pregunté.
Ella torció el gesto.
— ¿Y a mí qué, si lo hiciera?
— Vamos, no me niegues que ambos tenéis… algo…
— Nada. No tenemos nada. Cenizas al viento…He confundido la Luna con su reflejo en el agua…—dijo enigmáticamente mientras paseaba nerviosa arriba y abajo—. Él es diferente, y yo lo sabía. Él es un espíritu libre, que no ve las relaciones como nosotros, los humanos.
— ¿A qué te refieres? ¿Cómo que no es humano?
— ¿Aún no te has dado cuenta? Por los Dioses, qué tonto eres…—se rió de mí—. Proctor es un dragón plateado, Enitt.
Me quedé de piedra. En verdad me sentí muy tonto. ¿Cómo no lo sospeché? Su pelo plateado, sus antiguos ojos de un inaudito gris metálico, su porte arrogante… Los dragones pueden adquirir apariencia humana si así lo desean. Y le vi entonces en mis recuerdos…

Magnífico. Majestuoso. Soberbio. El gran dragón plateado imponía y levantaba admiración en su belleza, en su perfección, en su nobleza. El gran dragón plateado aterrorizaba a los enemigos y sembraba caos y muerte entre sus filas, terrible, letal en el cuerpo a cuerpo, más mortífero todavía conjurando. Y en su faceta de hombre, imponía respeto hasta a los reyes y magos más prestigiosos, pues tan grande era su poder como criatura engendrada por los propios Dioses…

— Él es incapaz de darme lo que yo necesito. Estoy cansada, Enitt, muy cansada de conformarme con migajas. Y me siento sola. Llevo demasiado tiempo sola…—gimió.
Yo sentí mi corazón encogerse al verla así, tan triste, humillada y abatida.
— Winter…
— Artea.
— Vaya… justamente esta noche he recordado nuestra última conversación, antes de que el Gran Oráculo bloqueara mi memoria… Eres peligrosa cuando dices que te llame por tu nombre.
— ¿Peligrosa? – se sorprendió, me miró con una ceja levantada. Luego su rostro adoptó una expresión desafiante—. ¿De qué tienes miedo?
— Yo no tengo miedo.
— ¿No? Yo creo que si. Me tienes miedo, Enitt. O quizá tengas miedo de tí mismo cuando estoy cerca, como ahora.
Winter se fue aproximando mientras hablaba, hasta quedar frente a mí, muy cerca. Estaba bellísima con aquel largo camisón que dejaba entrever sus excitantes formas. Nuestros ojos quedaron casi a la misma altura, pues era apenas cuatro centímetros más baja que yo, y vi mi expresión inquieta reflejada en ellos. Me puse nervioso, comenzaron a sudarme las palmas de las manos.
— ¿Por qué me besaste? —pregunté sin poderlo remediar, y al momento me arrepentí de haber hablado.
— Siempre fuiste muy especial para mí, Enitt. Pero la querías a ella.
— Y tú quieres a Proctor.
— Le quiero como un triste sucedáneo. Ya no hay sitio para él en mi lecho.
— ¿Llamas a Proctor un triste sucedáneo? No puedo creerlo… Hablas como una mujer resentida, Artea. Por tu boca habla el despecho.
— No me rebajes, no soy esa clase de mujer. El momento de la ira pasó. Sólo he abierto los ojos y te veo a ti, no a él. Confundí la Luna con su reflejo en el agua —repitió, y entonces entendí lo que significaba.
Los demonios me llevasen si no ponía fin a esa conversación. Dioses, aquello se me iba de las manos, ya se me había ido de las manos, y temía las consecuencias. Pero no quería terminarla, no quería irme de aquella habitación. Estaba hechizado. Y ésta vez la magia de Winter no era la causante, al menos no esa clase de magia... Suspiré profundamente.
— Olvidemos todo esto. No es momento de juegos, lo sabes. Sabes que traería problemas al grupo. Proctor…
— ¡Soy mi propia dueña, Enitt!—me interrumpió, según su costumbre—. He arriesgado mi vida y la volveré a arriesgar, merezco al menos intentar ser feliz. El grupo me debe al menos eso, y Proctor… Bueno, tú mismo lo has visto esta noche.
—¿Y si te equivocas? ¿Y si no ha ido a hacer lo que crees?—le dije, intentando que ella frenara aquello, pues yo era incapaz.
— Lo que haya ido a hacer ya no me importa. No me importa en absoluto… Él es libre, yo soy libre… Y tú ahora también.
Winter entreabrió sus labios y me besó, apretándose contra mi cuerpo de un modo que hizo que mi pulso se disparara. Y yo no sólo se lo permití, sino que la correspondí con entusiasmo. Enloquecí de puro deseo, pues ni siquiera tenía claro qué era lo que sentía por ella. Ya no pensé en las consecuencias, la deseaba allí y ahora. Y válganme los Dioses de qué manera le respondí… Mis manos recorrieron su cuerpo entero, la despojé del camisón con prisas mientras ella me desnudaba y la poseí allí mismo, sin más preámbulos, de una manera desenfrenada e impaciente, impropia de mí. Gocé de su cuerpo, de su experiencia y pericia, pero ninguno de los dos pudimos alargarlo. Todo terminó rápido, tanto como había empezado, como acto furtivo que para mí era. Jadeante aún, la besé en la frente perlada de sudor y me desprendí de su abrazo. Tan pronto como el deseo se vio satisfecho, los remordimientos empezaron a aflorar en oleadas. Sentí vergüenza por haber sido incapaz de evitar implicarme con Artea, incluso por haber llevado la conversación hacia temas comprometidos. A buenas horas… Sabía que nunca antes me había comportado así. Pero, en honor a la verdad, no me arrepentía, sólo lo lamentaba por Proctor: había dejado escapar a una mujer excepcional en todos los sentidos. Ojalá no se enfadara mucho.
No dije nada, me vestí desaliñadamente las ropas y volví apresuradamente a mi habitación, incapaz de mirarla a los ojos.
Poco más tarde, alguien, supongo que Proctor, llamó con suavidad a la puerta de Winter. Y ella no le abrió.


Tras los funerales del  Mago Electo nos reunimos con Eisset en el Templo de Los Dioses. La sacerdotisa lucía, además de una resplandeciente sonrisa, la Piedra de Izen colgada de su cadena sobre el pecho. Una alfombra descansaba frente al altar mayor.
Rezó y se preparó en ella, arrodillada, para el temido momento; sus hombros temblaron visiblemente antes de entrar en trance. Nosotros nos limitamos a observar y a esperar, tensos. Esto fue lo que ocurrió en su viaje astral, según nos relató más tarde:
El espíritu de Eisset dejó su cuerpo y se elevó sobre el plano terrenal, atravesó distintos limbos sin hacer caso a las voces que trataban de distraerla para capturarla. Hasta allí sabía lo que esperar y lo que debía hacer. Siguió adelante, invocando a los Dioses con la mente, y su esencia se disparó hasta detenerse en un lugar muy extraño para un mortal. No entendía lo que veía, así que cerró los ojos y Les llamó por sus nombres secretos, venciendo la aprensión y el miedo. No recibió ningún tipo de respuesta. Repitió el proceso, y ésta vez se atrevió a mirar en derredor… Y vio la Puerta de los Planos en la lejanía. Sola. Allí no había nadie. Agarró con la mano el colgante de la Piedra para encontrar el valor que empezaba a faltarle, y se aproximó con una curiosidad que se impuso a las alarmas que hacían sonar sus sentidos. No llegó a tocarla, la Piedra brilló entre sus dedos hasta cegarla,  por ello supo lo que había detrás: Caos, tinieblas, oscuridad… El Mal aguardaba, agazapado, preparado.
Regresó precipitadamente  y despertó del trance desmoronándose sobre la alfombra, con el corazón palpitando como si quisiera salir de su pecho.
Aunque todos corrimos hacia ella, Proctor llegó primero y la incorporó, sujetándola con su fuerte brazo.
— Está viva…—informó.
— Eisset, ¿puedes hablar?—dijo Winter.
— No hay nadie… Los Dioses han dejado la Puerta sola…
Proctor miró a Winter, pero ella le evitó y fijó sus ojos en Liander.
— Tal como pensamos…—dijo el caballero—. Dejaremos que te recuperes un poco, pero ahora necesitamos más que nunca esa lista de nombres. Debemos encontrar al Enlace, y deprisa. Con los nombres y la Piedra lo podemos conseguir…
— Estoy bien —aseguró Eisset–. Ayúdame, por favor, a levantarme, Proctor. Tengo la lista en mi escritorio.
No me pasó desapercibido el cambio en el tratamiento de la sacerdotisa hacia Proctor, así que definitivamente asimilé que Winter tenía razón una vez más y que la noche anterior aquellos dos habían tenido un romance. Sin embargo seguía pareciéndome imposible que alguien tan perfecto como él tuviera tamaña falta de sensibilidad. Tal como en los otros momentos de reflexión me había ocurrido, recordé algo que una vez, hace mucho, me dijera…

Acabo de enterrar al gran amor de mi vida, y ahora estoy tendido en la cama entre tinieblas. Las gruesas cortinas no dejan pasar la luz, no existe el sol para mí, mi sombrío estado de ánimo sólo permite inacción, dejadez y alcohol. Llaman a la puerta, no me importa, que me dejen en paz, no quiero nada con el mundo que se extiende fuera de mi cuarto. Pero insisten, insisten sin aceptar mi ostracismo, molestándome, rompiendo el balsámico silencio y al fin cedo. Ni siquiera me levanto, doy permiso oralmente a quien sea con tal de que termine pronto y me deje en paz.
Es Proctor, vaya sorpresa, el frío e indiferente dragón plateado en persona ha bajado de su pedestal y se ha dejado caer por aquí. Arrastra una silla y se sienta, mierda, no será entonces una visita corta… Me da por reír como un iluso, el alcohol seguramente.
— ¿Cómo estás, Enitt?
Le miro con chulería, con ganas de provocarle.
— Como si a ti te importara…
— Nos importa a todos.
— Pues a mí se me da un ardite… Ya puedes irte.
Suspira, como un padre haciendo acopio de paciencia con su chiquillo impertinente.
— Estás borracho.
— No lo suficiente, aún no te veo doble. Voy a estarlo más de aquí a poco —digo llevándome la botella a los labios.
Me mira y veo compasión en sus extraños ojos grises. Me entran ganas de pegarle, no quiero la compasión de nadie, quiero tocar fondo en privado, aún me quedan algunos restos de orgullo.
— Me juzgas frío y sin sentimientos. Serás el único a quien confiese el porqué.
Aquello me coge desprevenido. Proctor iba a romper su hermetismo conmigo…
 — He visto pasar milenios ante mis ojos —me dice—. He visto morir a muchos compañeros en las muchas batallas que he librado. Siempre hemos sido Siete, pero yo soy el único de los Siete originales. No me puedo aferrar ya a nadie, pues es probable, si no acaban conmigo de forma violenta, que yo siga aquí cuando el ser querido muera. Ya ha pasado, Enitt, he enterrado tantos pedazos de mi corazón que ya no me queda. Ya no puedo amar, ni quiero amar.
— Entonces, estás muerto, Proctor. Ojalá pudiera estarlo yo. No sé qué lección querías que aprendiera con esto, pero lo único que te has ganado es mi repulsa, maldito narcisista. Sal de aquí ahora mismo.

Me revolví inquieto ante este recuerdo, pues me avergoncé de aquél mi  comportamiento. Si, ahora podía entender la  conducta de Proctor, pero seguía sin aprobar su proceder, al menos en lo que se refiere a la noche anterior. Aprovecharse de la atracción —o quizá el amor— de Eisset, aunque fuera para un fin que habría de beneficiar a todo el mundo conocido, era a mi tal vez obsoleto modo de ver, una canallada. Dos, si se añadía herir además a otra persona con ello. En fin, dragones…     
— No pensarás en volver a utilizar la Piedra —le dijo Proctor a Eisset—. Estás muy débil. Deja que Winter la use ésta vez.
— ¡No! —exclamó ella—. Yo lo haré. Estoy bien.
Liander y Proctor se miraron y se entendieron con la mirada. Cada vez se percataban más de lo improbable de sacar la Piedra de allí.
La acompañamos a su habitación y nos quedamos fuera, tal como ella nos ordenara. Sivar corrió a sus aposentos en busca de sus potingues, con intención de elaborar un reconstituyente según su receta secreta para la sacerdotisa. Usar dos veces la Piedra en tan corto espacio de tiempo suponía un gran desgaste; para alguien menos preparado incluso la muerte.
Eisset salió, sin ningún color en el agotado rostro, y pronunció un solo nombre antes de perder el conocimiento.
— Solomon…

3 comentarios:

  1. Guauuu!! Desde luego no me esperaba que Proctor fuera un dragón. Me está encantando!!

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  2. Después de un parón debido a diferentes motivos, me he vuelto a releer la novela y me he acabado el capítulo 4. De momento me está gustando mucho, cosa por otra parte de esperar para los que conocemos como escribe Montse.

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  3. Perdón, quise decir capítulo 3, no 4

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