miércoles, 22 de diciembre de 2010

Capítulo 3 parte 2

2


Tres días después, los cinco miembros del grupo y Jarko nos acercábamos a Andien por el camino real. Los caballos galopaban por parejas y Sivar cerraba la marcha en solitario, pero el hijo de Ross se fue rezagando con respecto a su padre hasta situarse junto al elfo, con quien le unía una profunda complicidad. Intuyendo que el muchacho quería hablarle, el alquimista redujo la marcha de su caballo para aumentar la distancia que les separaba de nosotros.
— Sivar, ¿no hay nada que tú puedas hacer para convencer a mi padre? No quiero quedarme en Andien…
— Ya conoces a tu padre, ¿qué he de decirte, pues?—contestó el elfo, incómodo—. Terco como una mula, reservado y cauteloso. Y, cuando toma una decisión, no la cambia ni el mismísimo Balician.
Jarko frunció el ceño de mal humor.
— Estoy harto de que me trate como a un crío. Le desobedeceré. Ésta vez le desobedeceré, eso haré, he de demostrarle que soy un hombre.
Sivar le miró muy serio.
— No harás tal cosa.
—¿Tú también te vuelves contra mi?
— No se trata de eso…— el elfo miró hacia delante, comprobando que le separaba una buena distancia del resto del grupo—. Mira, Jarko, no pensaba decírtelo, pero… Esta noche tuve un extraño sueño. Tal vez fuera sólo eso, un sueño, y tal vez no; pero el caso es que tú tienes un papel en todo lo que va a ocurrir. Debes quedarte y esperar una señal.
Jarko le miraba con ojos como platos, exaltado.
— ¿Qué señal?
— Lo sabrás, Jarko. Sólo vigila a tus pies. Y no voy a contarte más, demasiado he hablado ya.
El joven fijó su vista en el horizonte, y guardó silencio unos minutos. Luego volvió a encararse al elfo.
— Me estás tomando el pelo, ¿verdad, Sivar?
— En absoluto.
— Ya. Bueno, en todo caso me quedaré allí, como desea mi padre. Por si las moscas…
— Buen chico.
—¡Eh, lentorros!— gritó Briego, refrenando su caballo y girando hacia ellos medio cuerpo— ¿necesitáis un empujoncito?
Los dos rezagados espolearon los caballos, pues conociendo al bárbaro cabía la posibilidad de que llegaran al pueblo de una patada en el culo.

Andien era lo que se dice un pueblo de mala muerte. Y pequeño. Sólo la posada parecía próspera, debido al hecho de ser el único lugar con camas decentes, cerveza y comida caliente en tres días a la redonda, se siguiera o no el camino real. Atravesamos las cuatro calles recorridas por pestilentes riachuelos de inmundicia, hasta encontrar la taberna.
Nos apresuramos a atender y descargar los caballos en el establo para entrar cuanto antes en la posada. Anochecía, y el frío mordía con hambre las carnes.
Winter y Proctor nos esperaban sentados a una gran mesa. Al vernos, la hechicera emitió una sonrisa triunfal.
— Sentaos— nos dijo, indicando las sillas con un ademán—. Están preparando una sopa para nosotros, os vendrá estupendamente con este frío. De segundo, que cada cual pida lo que quiera. Ross, Dami te espera en la cocina, bueno, a ti y a Jarko. Se muere de ganas de veros.
— Pues no le hagamos esperar más. Vamos, Jarko, saludemos al viejo Dami— dijo alegremente el antiguo tabernero dando dos cariñosas palmadas en el hombro a su hijo.
Liander se sentó junto a Proctor y miró a la hechicera, que estaba a continuación.
— ¿Y bien? ¿Habéis tenido éxito?
— Es difícil de decir…—fue la enigmática respuesta de Winter—. Por supuesto, les encontramos. Por supuesto, nos reunimos con ellos. Creo que conseguimos explicarles la situación, que la entendieron; sin embargo no estamos muy seguros del significado de su respuesta.
— ¿Y eso?— preguntó Sivar.
— Winter y yo hemos hablado de ello. Hemos llegado a una conclusión, aunque no absoluta— respondió Proctor, añadiendo más misterio al asunto.
— ¡Por el fuego más rojo de todos los infiernos! ¿Queréis dejar de daros importancia, par de presuntuosos, y contestar de una maldita vez?— intervino Briego con su habitual mano izquierda.
El Gran Señor Proctor le fulminó con la mirada, y el bárbaro pareció encogerse de pronto.
—… Por favor? –concluyó educadamente en voz baja.
Winter pasó su mirada de Briego a Liander, y continuó la explicación.
— Pensamos que ven con buenos ojos la apertura de la Puerta de los Planos. Sin duda es una oportunidad única para ellos de retornar a su plano original.
— Eso es una mala noticia— dijo el caballero, desanimado.
— No tanto— añadió Proctor—.  Si Balician consigue abrirla, y he dicho si,  no les será fácil alcanzarla sin lucha. Tendrán que ponerse de nuestro lado sin remedio, o al menos favorecerán nuestros intereses para alcanzar los suyos.
— Eso es una buena noticia— dije yo, que seguía las explicaciones sentado junto a Winter.
— Por lo tanto— siguió Proctor—, hay que alertarles en caso de apertura. Lo demás vendrá solo.
Dami, el posadero de La Afortunada, salió de las cocinas cargando una olla de humeante sopa, seguido por Ross, Jarko y Cilia, su esposa, que no llevaban las manos vacías. El tabernero depositó la olla sobre un círculo de corcho que colocó Cilia en medio de la mesa, mientras Ross y su hijo repartían platos, cubiertos y servilletas. La posadera trajo también una gran hogaza de pan recién hecho, cuyo aroma junto con el de la sopa produjo que a más de uno se le hiciera la boca agua.
Winter, a quien a pesar de su apariencia aristocrática no se le caían los anillos, tomó el cucharón que sobresalía de la olla y empezó a llenar los platos de la compañía, mientras Dami tomaba nota de lo que cada uno deseaba a continuación. Ross y Jarko intentaron entrar con él a las cocinas para ayudarle con los encargos, pero el tabernero no lo consintió en absoluto. Les obligó a sentarse a cenar con los demás, y mientras sorbíamos la sopa en silencio, Winter puso al día a Ross sobre los últimos acontecimientos.
Cuando terminamos la sopa, llegó el vino y las carnes. Yo miraba asombrado a Briego, frente a quien humeaba un chuletón de, según mi parecer, dinosaurio como poco. A pesar de la envergadura del bárbaro, dudé que fuera capaz de acabar con semejante cantidad de carne, y más cuando llevaba en el cuerpo dos platos de sopa, habiendo acabado, pese a ello, el primero. Winter observó divertida mi expresión atónita y apuntó con su cuchillo al exagerado trozo de carne.
— Y, además, tomará postre.
La miré pasmado.
— No me lo puedo creer…
— Y si quieres probar el pan, te sugiero que te cortes ya una rebanada.
No me lo pensé dos veces: me puse en pie, tomé la hogaza y repartí pan para todo el que lo quiso. El resto se lo agenció el bárbaro.
Todos, excepto Briego y Winter, rechazaron el postre. Mientras los demás nos entreteníamos apurando nuestros vasos de vino, Dami se sentó con nosotros entre Jarko  y Ross. El tabernero, que no tenía hijos, se mostraba entusiasmado con quedarse al muchacho. Cilia, todavía más.
— Estupendo— susurró Jarko a Sivar, sentado a su izquierda—. Si me descuido, éstos me meten en una cuna y me dan biberón. Justo lo que me hacía falta.
— No desesperes, Jarko. Tal vez tengas suerte y en cuanto tu padre desaparezca, te atan una cadena con una bola de hierro al tobillo y te obligan a trabajar como un esclavo…
Jarko se quedó mirando al elfo y luego le dio la espalda, nada contento con la pulla que le lanzara su nuevo amigo.
Cansados después de tres días a caballo, de dormir al raso dos frías noches en el duro suelo,  los cinco últimos llegados expresamos el deseo de retirarnos. El posadero nos condujo a todos a nuestras habitaciones, aunque antes nos despedimos cariñosamente de Jarko, que nos miraba con aire abatido. Nuestra intención era partir antes del amanecer, para llegar con tiempo a Maingrú; por tanto no volveríamos a ver al muchacho. Sivar abrazó a Jarko  y palmeó su espalda.
— No olvides lo que te dije— le susurró el elfo al oído mientras le abrazaba.
— Miraré a mis pies— dijo solícito el chico, que se tomaba muy en serio las palabras del alquimista.  
— Hasta pronto. Eh, Jarko… Dejaré una espada bajo el colchón de mi cama para ti. Guárdala cerca tuyo— susurró el elfo.
El muchacho sonrió y corrió en pos de su padre, que entraba ya en la habitación que compartían.
Briego, que como yo había oído perfectamente las palabras de Sivar mientras abría la puerta de su cuarto, miró al elfo con el semblante serio, aunque sus ojos parecían reír.
— Si le das una espada a ese bobalicón, lo más probable es que se corte una pierna… Una de madera, le dejaría yo…
Sivar hizo un gesto obsceno al bárbaro y entró en su habitación.


Solomon sintió la gélida sensación en su interior  y supo que Su consciencia estaba allí, con él en aquella estancia. No pudo reprimir un temor primitivo al principio, pero consiguió sobreponerse ayudado por su soberbia y orgullo. Él era el Enlace, el único que tenía acceso al Dios Oscuro.
— Mi señor Balician…  — dijo con una pronunciada reverencia.
Por lo general le molestaba hacer reverencias, pero ante el Dios lo consideraba un mal necesario… dada la irascibilidad de los dioses. Sintió el toque en su mente, y las palabras se formaron como si hubieran sido pronunciadas.
“¿Has cumplido lo que te ordené?”
— El Mago Electo Por Los Dioses Blancos ha sido asesinado, mi Señor.
“Debo suponer entonces que tienes en tu poder la Piedra Blanca de Izen… Yo te diré cómo destruirla. Hay que eliminar esa fuente de poder para asegurarnos de que nada de este mundo pueda estropear nuestros planes”.
— No… no la tengo. El archidiablo no pudo cogerla…
“¿Has utilizado un archidiablo para asesinar al Mago Electo?... Muy ingenioso…y muy arriesgado… Me complace que tus habilidades estén a la altura de un Enlace digno de Mí. Sin embargo, era previsible que incumpliera el segundo objetivo. La Piedra Blanca está vedada a los seres malignos, deberías haberlo sabido… Éstos son los errores insignificantes que no tolero en mis criaturas…”
Solomon se desplomó en el suelo presa del dolor más atroz que imaginara siquiera que se pudiera sentir. El Dios de la Maldad le torturó sin prisas y sin saña, lo hizo fríamente y con la precisión de un carnicero. No dejó ni un punto de dolor sin tocar, pues además de complacerse con la tortura, sabía que el miedo a pasar otra vez por lo mismo espolearía al arrogante mortal a cuidar los detalles la próxima vez. Casi siempre fueron los detalles los que dieron al traste con sus últimos intentos de supremacía. Pero ésta vez no sería así. Después de lo que al mago oscuro le pareció una eternidad, Balician se cansó del juego.
“Hazte con La Piedra
La orden con que cesó el contacto estaba cargada de amenaza. Solomon se arrastró hasta una silla y se sentó en ella con mucho esfuerzo. Le dolía terriblemente todo el cuerpo, pero era su orgullo lo que más maltrecho había quedado. No obstante el odio que sentía en esos momentos, se obligó a serenarse en pos de sus ambiciones, de los planes que tenía para sí mismo. No importa, se dijo, hay que seguir.
Lo peor del asunto era que ahora, tras el asesinato, la Fortaleza Maingrú sería inexpugnable, y no podía recurrir a la clase de criaturas que solía subyugar, pues serían tan ineficaces para hacerse con el talismán como el archidiablo.
Y los Siete seguían vivos… No había podido rastrearlos, pero sabía que habían sobrevivido. Seguro que a esas alturas iban de camino a Maingrú… ¿A  llevarse la Piedra para esconderla o usarla, tal vez? Si ésos eran sus planes, realmente le convenían. Si sacaban la Piedra Blanca de Izen de la impenetrable fortaleza, él podría preparar una emboscada, interceptarlos… Y matar dos pájaros de un tiro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario