miércoles, 22 de diciembre de 2010

Capítulo 1 parte 2


2
A pesar de mis temores y dudas, aquella noche y las siguientes dormí a pierna suelta. Cada día que pasaba daba menos crédito a lo ocurrido y, por consiguiente, mi preocupación menguaba. Sólo una cosa me incomodaba, y era ver a Ross; desde el suceso no había aparecido por la taberna. Dado que yo a mis sesenta y un años era ya un hombre viejo que vivía de sus rentas y no tenía obligaciones, extrañaba los ratos de ocio que allí pasaba. La taberna era también el medio más rápido de ponerse al día en cuestiones de todo tipo, desde chismes a política. De modo que al cabo de diez días regresé a pesar de mis reparos, no sin antes acordar conmigo mismo la necesidad de mantener una charla privada con el tabernero tanto si se ofrecía a ello voluntariamente como si no: no era yo hombre de esos que escapan a enfrentarse con las cosas que temen, y todo este asunto, si no más, me estremecía.
Bien entrada la noche recorrí las callejuelas envuelto en mi capa, pues el viento helado se hacía sentir en mis huesos y en mi capucha, que a duras penas conseguía mantener en mi cabeza. Las nubes que cubrían el cielo presagiaban una nevada a corto plazo, pero no me harían desistir en mis intenciones. Justo cuando abría la puerta de la taberna empezaron a caer los primeros copos.
Antes siquiera de despojarme de la capa, me acerqué a la barra en la que Ross secaba unos vasos con un paño limpio. Me miró sonriente y preguntó con cortesía cómo me encontraba; sin responderle a eso, casi le ordené que dejara sirviendo a su hijo para poder hablar conmigo en privado. Estuvo  de acuerdo.
Sentados cómodamente en el salón de su casa y con un vaso del mejor licor que podía conseguirse frente a cada uno, me costaba llevar a cabo el interrogatorio al que resolví someter al tabernero, pero debía hacerlo. Así que después de un sorbo me aclaré la voz con un carraspeo y hablé.
—He querido reunirme contigo en privado para intentar esclarecer unos hechos que me preocupan, así que te ruego que me respondas sin evasivas tanto si sabes algo como si no.
— Muy bien, adelante.
— ¿Viste algo anormal la noche que me mareé?
— Vi lo mismo que viste tú –respondió tajante.
Yo no iba a obviar nada a esas alturas, así que insistí.
— Y, ¿qué se supone que vi yo?
—Ya lo sabes, esa aparición sin rostro que te dio el susto de tu vida —dijo sonriendo.
Crucé las piernas y traté de controlar la expresión de mi semblante, era consciente de que me movía en un mar de incertidumbres y que cada vez me alejaba más de la costa.
— Si estabas allí y le viste, ¿por qué tú no te asustaste? —le increpé, molesto por su observación.
— Porque no es la primera vez que le veo... ni tú tampoco.
— ¿De qué demonios hablas? ¡Nunca había visto a esa cosa! —Repliqué furioso.
— Sí, si la has visto por lo menos otra vez en mi presencia, sólo que no lo recuerdas.
Me puse en pie y comencé a pasear arriba y abajo tratando de discernir si aquello era una broma, dado el carácter jocoso de Ross, o iba en serio. Me detuve y le miré.
— Si eso es verdad, dime, ¿por qué no recuerdo nada de la otra vez?
— Veces, las otras veces, Enitt. Porque tú mismo pediste olvidar.
— Esto cada vez tiene menos sentido. ¿Por qué habría de pedir algo así?
Ross se removió ésta vez incómodo en su silla, apartando su mirada de la mía como si ese simple contacto pudiera desvelarme cosas desagradables. Su lucha interna cesó y resolvió decir la verdad.
— Lo pediste porque no hubieses podido vivir con el recuerdo de la muerte de Ari, tu mujer.
Al oír ese nombre mi mente se estremeció, y de nuevo acudía a mí esa sensación familiar que desaparecía antes de revelarse.
— ¡Yo nunca he estado casado!
— Te sentías tan culpable por no haber podido salvarla...—continuó—. A su muerte perdiste las ganas de vivir, pero ese ser te negó el derecho a reunirte con ella y te ofreció el olvido como alternativa. Y tú le pediste ese favor, ya que tenías que cumplir sus dictados... Aaah, éramos jóvenes e idealistas entonces... qué rápido ha pasado el tiempo.
— No recuerdo nada...
— Yo seré tu memoria en caso de necesitarlo... Y, Enitt, será mejor dejar las cosas como están, no intentes remover el pasado. Es mejor así, aunque ahora no te lo parezca.
 El crujido de la leña seca al tomar contacto con el fuego fue lo único que se dejó oír en la habitación los siguientes segundos, sólo eso y el incansable silbido del viento que avisaba de su presencia golpeando con fuerza cada una de las ventanas de la casa. No sabía cómo dar fin a tantas incógnitas que aturdían mi mente, y por otro lado no estaba seguro de querer hacerlo; cada respuesta que lograba de mi viejo amigo no traía otra cosa que nuevas preguntas y una incómoda sensación que parecía advertirme de que no siguiera con el interrogatorio o me arrepentiría. Sin embargo, había algo en lo que acababa de escuchar que se me antojaba familiar, demasiado familiar, pero a la par totalmente desconocido… Pensé que estaba perdiendo la cordura y que acabaría loco por completo si seguía indagando, pues mi amigo me estaba contando partes de mi propia vida que parecían de un extraño, pero que quizá encajaran en la gran laguna de mi memoria como dos piezas de un rompecabezas. O quizá todo era una tomadura de pelo. Sí, sin duda me estaba tomando el pelo. Deseé, desde mi profunda angustia, que fuera eso y casi lo creí. Rompí el silencio con una estruendosa carcajada que, sin lugar a dudas, recorrió hasta el último de los rincones del hogar.
— Está bien, viejo del demonio, has conseguido que moje mis pantalones, esta vez te has superado. ¡Un segundo más y me hubiera vuelto loco! –Reí de nuevo, esforzándome en creerme yo mismo las palabras que salían de mi boca—. Seguro que el pillo de tu hijo te ha echado una buena mano con sus potingues y líquidos enfrascados a los que él se refiere como química y...
— ¡Basta, Enitt! –ordenó Ross con voz potente y firme—, ya basta...Todo lo que te ocurrió en la taberna es tan cierto como que detrás de cada noche nos espera un nuevo día... al menos hasta la fecha... Ten paciencia –intentó calmar mis nervios como si hablara con un niño inquieto–, estoy seguro de que tus dudas serán despejadas en su debido momento. Yo no he de contarte nada más.
Una vez rota la ilusión del engaño, una sensación de urgencia me embargó.
 — Paciencia... me pides paciencia... Escúchame Ross, y préstame mucha atención: somos amigos desde hace tantos años que me costaría trabajo contarlos, siempre has estado a mi lado cuando lo he necesitado al igual que yo jamás te he abandonado en los momentos difíciles, y sabes que no han sido pocos...
— Lo sé Enitt, y sé lo que me vas a decir, pero...
— Déjame terminar, te lo ruego –aproveché esa pequeña interrupción para ordenar mis pensamientos  y continué–. Ross, entre nosotros existe algo más que una buena amistad, arriesgaría mi vida por la tuya sin dudarlo un segundo, y creo no equivocarme si digo que tú harías lo mismo por mí. Nunca he dudado de tu palabra, mi confianza en ti es plena. Sin embargo, debes comprender que no puedo aceptar la paciencia como alternativa a mis interrogantes, ésta vez no…
 Dejé que nuevamente el silencio tomara posesión de la sala a la espera de una posible reacción de mi viejo amigo; sabía que estaba dando palos de ciego, que él medía cada palabra que salía de mi boca y que sabría captar cualquier detalle que yo dejara caer por pequeño que fuera. Casi de forma involuntaria había reconsiderado mi postura y ahora tenía claro que quería llegar al final, no podía perder aquella oportunidad que se me había presentado.
— ¿Esta vez no? –Recalcó con tono nervioso mientras cambiaba de postura—, ¿a qué demonios viene eso? Enitt…espero que no estés insinuando nada  porque de ser así sabes que…
— No, no insinúo nada, tú y yo sabemos a qué me refiero –no pude evitar que se me dibujara una leve sonrisa en los labios de pura satisfacción. Me vi capaz de conducir a Ross, por primera vez en toda la noche, hacía donde yo quería—, porque lo sabemos, ¿verdad?
— Francamente, no tengo la más remota idea de lo que estás hablando, pero lo que sí sé es que no tardará en amanecer y creo que deberíamos ir a descansar, aunque sólo sea un par de horas. Además, no tienes buena cara desde hace días  –intentó zanjar así la conversación, mi amigo seguía cerrándose en banda a revelarme nada más—, y ¡qué diantre! yo también estoy cansado, hoy ha sido un día duro y mañana no lo será menos.
Acerqué a mi boca lentamente el vaso que sostenía entre las manos hasta que pude notar el agradable contacto del licor con mis labios, y con la misma lentitud me acomodé de nuevo en la silla que ocupaba y contesté con ironía:
— No se puede negar que me conoces bien, ¿eh, viejo tunante? Hace más de una semana que no nos vemos y sin embargo sabes que últimamente mi salud no ha sido lo que se dice buena… resulta fascinante.
— Si… es comprensible, muchas emociones fuertes e inesperadas… ¡Ah, ya no somos unos chiquillos! ¿Eh, compañero? –Riendo amistosamente, se levantó de su asiento con cierto aire triunfal, esperanzado en finalizar así la charla—. Iré a por tu capa, ¡el diablo silba fuerte esta noche!
 — Claro, supongo que es comprensible, demasiados imprevistos para un corazón que empieza a latir sin las prisas de la juventud.
Abandoné mi silla y dándole la espalda a Ross me situé frente al enorme ventanal de madera. Agoté unos segundos observando el fantasmal movimiento del arbusto más cercano al grueso cristal  y ataqué de nuevo intentando desmoronar la barrera que mi amigo levantaba una y otra vez ante cualquier pregunta que le hiciera.
— Sabes de sobra de qué hablaba antes, Ross; de alguna forma llevo tratando ese mismo tema desde siempre, desde que mi memoria alcanza. No tengo recuerdos.
— Te aseguro que…
— Y esta noche –le interrumpí elevando ligeramente la voz –, me has revelado más de lo que tú mismo pretendías. ¿Sabes qué se siente cuando miras atrás y ves con horror que tu pasado no existe? No, no creo que lo sepas. –Ross asintió con la mirada en un gesto compasivo, aceptando que era inútil seguir negando lo que resultaba evidente—. Pero eso no es lo peor, lo peor es darte cuenta de que ese pasado te ha sido arrebatado, que te lo han quitado como premio a sólo los Dioses saben qué. Y ahora llegas tú y me dices que ese… ese maldito ser todopoderoso ha vuelto para reclamarnos como sus secuaces y emprender…
— No Enitt, no somos “sus secuaces” no te confundas, lo dices en un tono que no se corresponde en absoluto con la realidad.
— Dime entonces, ¿qué somos para él? Te lo diré yo, somos simples juguetes que puede manejar a su antojo y cuando a él le venga en gana. Espero que comprendas, dada mi angustiosa situación, que no pienso mover ni un dedo para ayudar a ese ser siniestro al que tanto respeto le debes y que tanto me ha arrebatado a mí.
— No seré yo quien te convenza –replicó Ross a mi pequeño discurso, acariciándose los grises cabellos —, no es ese mi deber, pero te aseguro que antes o después recapacitarás, tendrás que hacerlo. Creo que tienes razón, sin quererlo hoy te he revelado muchos más datos de los que debía, y quizás por eso mismo sea yo el culpable de tu actitud negativa; no debe ser fácil descubrir el por qué parte de tu vida está borrada, y mucho menos cuando se ven mezclados de por medio seres de otro plano e incluso tu mejor amigo. Supongo que sólo me queda esperar... Por si te ayuda en tus reflexiones, te diré algo que en cierta ocasión alguien me dijo a mí: “No debes  lamentar las pérdidas que reflejen tus ojos, pues nada está perdido si aquello que  amas sigue vivo en tu corazón”.
Quería rebatir las palabras de mi anfitrión, protestar una vez más la inmensa injusticia a la que fui sometido por ese ente sobrenatural, pero estaba demasiado aturdido, la confusión reinaba en mi cabeza y me era imposible pensar con claridad. Y por otra parte… ¿y si Ross tuviera razón? Quizás mi dolor fue tan grande que yo mismo imploré que borrara mis recuerdos… En ese momento caí en la cuenta de que de un modo u otro estaba aceptando hechos y acontecimientos que chocaban contra toda lógica racional. Siendo yo hombre de mente fría, siempre regido por las leyes de la ciencia… ¡y ni siquiera dudaba ya de la existencia de ese ente de otro mundo!
Había visto hechiceros muy diestros manejando energía, sabía de la Orden Blanca y sus acólitos, también duchos en estos menesteres… Pero para mí eso no era magia, ni nada sobrenatural. Aunque siempre me guardé para mí mis opiniones. Pero lo que había visto aquél día, lo que había experimentado… no tenía explicación.
 Decidí que era suficiente para una sola noche, tenía que meditar profundamente sobre todo lo ocurrido y sobre lo poco pero sustancioso que había compartido Ross conmigo. 

       Me sentí de nuevo aliviado al recibir en mi rostro el abrazo del crudo invierno, fue como volver al mundo real. Intenté caminar sin más, sin pensar en nada, solo dirigir mis pasos por entre las estrechas callejuelas hasta llegar a mi hogar; estaba claro que había mucho con lo que ocupar mi mente, pero todas las conclusiones a las que tuviera que llegar podían esperar hasta mañana. Ya frente al grueso portón de madera que daba acceso a mi humilde casa, me armé con la pesada llave de hierro y, con pulso firme, la introduje en la cerradura; el habitual chasquido de engranajes y muelles medio oxidados provocado por el movimiento de la llave dejó paso al chirrido inconfundible de unas bisagras mal cuidadas. El desgarrador aullido del viento iba desvaneciéndose poco a poco a medida que la puerta se cerraba a mi espalda, y ese lamento que no cesaba fue convirtiéndose en un susurro. Pero justo cuando la puerta estaba a punto de encajar en su castigado marco de madera, ese susurro se tornó casi humano, y  ofreciéndome un aterrador espectáculo sonoro, se elevó hasta procurar un angustioso grito que me heló hasta la última gota de  sangre. Pude distinguir mi nombre con total claridad, pero lo que definitivamente me hizo palidecer de miedo fue la primera palabra que me vino a la cabeza: Ari.

1 comentario:

  1. Terriblemente genial... Cómo he disfrutado con el diálogo entre ambos y todas las descripciones que has hecho.

    ResponderEliminar