miércoles, 22 de diciembre de 2010

Capítulo 2 parte 1


Capítulo 2
Los Siete
1
Los acontecimientos, en efecto, empezaron a producirse tal como el ente los pronosticó, pero eran tan  sutiles que sólo ellos percibieron la importancia de los mismos por lo que vaticinaban. Cada nueva noticia causaba preocupación en ambos, que veían acercarse el momento de actuar, de dejar la seguridad de sus rutinas, pero cada uno a su manera. Si Ross lo vivía con la tensión de aquél presto a  moverse sabiendo lo que debía hacer, Enitt  ignoraba el terreno que pisaba y esto le causaba una profunda angustia. A cada preocupante nueva sus hombros se encorvaban más y sus ojeras se hacían más oscuras.
Hasta aquél día.
La clientela de la taberna era aquella noche la misma de siempre, salvo por un extraño de cabello castaño y barba muy corta  que ocupaba una solitaria mesa del extremo más alejado. Parecía un caballero, a juzgar por su indumentaria y por su gran espada. Sus ojos recorrían desconfiados cada una de las caras que tenía enfrente, pero se clavaron en la figura del anciano que acababa de entrar.
Enitt se acercó a la barra y miró en derredor. Su mirada se cruzó con la del extranjero, y en ese momento se vio sacudido por un recuerdo que escapó antes de retenerlo. Desvió la mirada y buscó a Ross con un gesto interrogante.
— ¿Sabes quién es?—le preguntó inquieto.
— Quizá sí y quizá no, nunca se sabe.
—¡Odio que me respondas con enigmas! —Le espetó enojado.
Ross se alejó riendo quedamente para servirle una  jarra de cerveza, mirando de soslayo al desconocido, que le devolvió una mirada de complicidad antes de volver a clavar los ojos en Enitt.
— Parece que le interesas— le dijo Ross poniéndole delante una pinta espumosa—. Si es un contacto, dejemos que sea él quien dé el primer paso.
—¿Un contacto? Nadie nos ha hablado de contactos…
— Hazme caso, amigo, aún recuerdo el procedimiento usual. Tal vez deberías apresurarte con la bebida y salir para precipitar los acontecimientos. Si es quien yo creo que es, no tardará en seguirte— le sugirió Ross.
El otro no dijo nada, pero pareció sopesar el argumento de su amigo, y por fin se llevó la jarra a la boca. Cuando acabó su bebida, dejó una moneda en el deslucido mostrador.
— Espero que no resulte ser un salteador, por tu propio bien.
Y salió de la taberna sin mirar ni una vez al forastero.

Una sombra se deslizaba por las callejuelas silenciosas en la noche sin luna, sin ruido, casi furtiva, pero se detuvo en una esquina como aquél que sigue una pista; entonces,  otra sombra se deslizó desde un zaguán a su espalda y, rápido como el rayo, le rodeó el cuello con un brazo.
— Parece que me buscabas, aunque el motivo no lo tengo claro…— le dijo Enitt apoyando un puñal contra la garganta del caballero.
— En verdad que lo hacía, pero la reunión había de ser en un lugar guardado a ojos ajenos.
— Y por cierto que lo ha sido… Pero no recuerdo haber concertado cita alguna.
El desconocido rió por lo bajo, en absoluto intimidado por la situación.
— Últimamente pareces tener problemas con tu memoria, así que baja el puñal y hablemos, si es que no vas a matarme.
Enitt lo pensó un momento, y por fin liberó al caballero después de desarmarlo.
— El asunto que me trae no se puede hablar en medio de una calle. Si no es demasiado pedir, mejor busquemos un lugar apropiado.
— ¿Quién eres? –Siseó el viejo.
— Mi nombre es Liander de Almantes. ¿Me recuerdas, quizá?
—¿Tú qué crees? ¿Acaso te lo ha parecido?— Preguntó con cierto fastidio.— Y, ¿por qué habría de recordarte?
El caballero pareció de pronto abatido.
— No, claro, qué tontería por mi parte. Claro que no me recuerdas, pero, aún y así, no tienes idea de lo que me duele que me hagas esa pregunta, Enitt. Porque tú y yo fuimos amigos. También lo fui de Ari.
Aunque le sorprendió un tanto que el extraño supiera su nombre,  la mención a aquella que, según Ross, fue su esposa le convenció de que el tipo, cuanto menos, le había conocido en los tiempos vedados a su memoria. Nadie más podía saber su nombre. Algo más relajado, resolvió acceder a la petición del caballero.
— Vayamos, pues, a mi casa. No queda lejos — dijo el viejo señalando con la cabeza hacia la calle de enfrente—. Pon las manos donde pueda verlas, y al menor movimiento brusco te atravieso con tu propio hierro.
— No me tomes por enemigo, que aunque los haya, te aseguro que no he de hacerte daño alguno.
— Eso, caballero, aún ha de verse. ¡Andando!
La casa de Enitt era austera. Un antiguo candil iluminaba apenas una habitación cuadrada con paredes de piedra. En la chimenea, unos restos de brasas hacían lo que podían para expulsar el frío ambiente. Una mesa destartalada y dos sillas. Una alacena de madera para guardar los escasos bienes materiales del propietario. Poseía lo justo para vivir, despreciando la comodidad, sin adornos ni trastos inútiles. Casi parecía la morada de un eremita haciendo voto de pobreza. El otro pareció sorprenderse.
— Toma asiento— le ordenó Enitt señalándole una silla junto a la mesa de madera y apoyándose en la enorme tizona frente al caballero—. Cuando quieras puedes explicarme qué quieres de mí.
El otro miraba alrededor con curiosidad, pero de pronto fijó sus ojos en los del viejo.
— No has cambiado de sitio ni un solo vaso en tantos años. Sigue siendo la guarida temporal de un hombre sin pasado… Dime, cuando miras atrás, sé que hay un  prolongado espacio en blanco. ¿Nunca te has preguntado qué ha pasado con todo ese tiempo? Ni siquiera recuerdas tu niñez.
El viejo, con una agilidad impropia de su edad, levantó la espada y, antes de que el otro pudiera esquivarle, colocó la hoja contra su cuello, con una rabia ardiente impresa en los ojos.
— Diríase que medio país está al caso de mi amnesia. Diríase también, que cualquier fulano sabe más de mi vida que yo mismo. Y ya empiezo a estar harto.
— ¿Y si te dijera que este fulano puede devolverte tu pasado?
Enitt no dijo nada, pero estaba muerto de curiosidad.
— Antaño fuimos amigos, compañeros, pertenecíamos a la misma cuadrilla, aunque, naturalmente, no lo recuerdas. Pero ahora es preciso que recuerdes, tenemos una misión que cumplir y se acerca el momento de tomar posiciones. Vendrán más, hasta completar el grupo. Y uno de ellos ha de liberar tu mente, al menos en parte, de la barrera que contiene tu pasado.
—¿Cuándo?
— En breve, esta misma noche. Esperarán en la taberna a reunirse conmigo. No temas, Ross los conoce a todos, así que les procurará habitaciones lo más discretamente posible. Nadie ha de saber que nos hemos vuelto a reunir Los Siete.
— Los Siete…— el nombre produjo un nuevo fogonazo en la memoria de Enitt, pero tampoco esta vez logró retener nada. Era frustrante…Apartó la espada del cuello del caballero.
— Y ahora que ya te he informado, debería irme para encontrarme con ellos, si es que han llegado. En cuanto a ti, mañana al cerrar la taberna nos reuniremos de nuevo, ésta vez todos, en la casa de Ross. No han de vernos juntos— enfatizó mientras se levantaba de la silla—. Si he logrado ganarme tu confianza, te agradecería que me devolvieras la espada.
Él se la tendió con cautela; cuando el caballero la hubo envainado de nuevo, le saludó inclinando la cabeza y en dos zancadas desapareció cerrando la puerta.
Devolverle la memoria… Algo se agitaba en su interior. Quería recuperarla desesperadamente, pero a la vez tenía miedo de lo que pudiera encontrar. Si él mismo pidió que le fuera negada, poderosas razones le ampararían para llegar a ese extremo. Si alguien le conocía a fondo era él mismo, a pesar de esas lagunas. Y aunque deseaba fervientemente y pese a todo que le fuera devuelta su vida pasada, tampoco por lo visto, tenía ya otra opción.
Poco a poco se levantó de la mesa y se condujo a la alcoba para acostarse, aunque convencido y resignado a pasar la noche entera en blanco.

1 comentario:

  1. Qué desesperante tiene que ser no recordar nada de tu pasado. De momento me estás enganchando Montse, aunque no esperaba menos de ti.

    ResponderEliminar