miércoles, 22 de diciembre de 2010

Capítulo 3 parte 1


Capítulo 3
Enitt
1

Cuando la bola de fuego impactó contra el caserón, nosotros estábamos a una distancia segura. Las llamas devoraban las ruinas de la taberna mientras los vecinos, presas del pánico, intentaban organizarse para evitar que el incendio se propagara. Winter lo apagó con su magia, dejando a la gente tan asombrada al reconocer en ella a una hechicera que ni siquiera se acercaron al tabernero para transmitirle sus condolencias por haber perdido su casa y su negocio, tanto era el respeto que infundían los hechiceros. Cuando todos la miramos sin estar muy seguros de lo sensato de su acción, de darse a conocer como lo que era, ella se encogió de hombros.
— No importa. De todos modos, ya nos han descubierto— dijo pragmática.
Si. Era cierto. El atentado iba dirigido sin lugar a dudas a nosotros, Los Siete. Alguien, presumiblemente ese alguien cuya identidad nos debíamos afanar en descubrir, sabía demasiado. No sólo sabía que nos habíamos reunido, sino también nuestra ubicación.
La expresión de Liander clavándome la mirada, junto con la palidez que todavía perduraba en su rostro, me hizo sentir satisfacción. En ese momento, por lo menos, los papeles se habían invertido y era él quien no entendía nada y ponía cara de tonto.
— No me preguntes cómo. Pero lo supe— le respondí a su muda pregunta.— ¿Significa esto que estoy recordando? ¿Que vuelven a mí mis aptitudes de antaño?
— Nunca tuviste semejante aptitud, Enitt— dijo Sivar.
Ahora fui yo quien puso cara de tonto.
— La taberna…— gimió Jarko— Nos hemos quedado sin nada… ¿Padre?
— Una pena…Qué se le va a hacer— fue el único comentario de Ross, tan hermético como siempre.
— Vayamos a tu casa, Enitt, debemos organizar el viaje— sugirió Liander—. Hay que comprar caballos para todos y vituallas. Winter, querida, ¿serías tan amable de recuperar nuestros enseres de entre las ruinas? Intactos, a poder ser.
— Faltaría más. Ross, Enitt, ¿dejasteis algo de importancia dentro? – nos preguntó la hechicera.
— Nada— dije yo.
— Saca mantas para todos, algo de ropa y utensilios para el viaje y el dinero. Ah, y las armas. Lo demás es prescindible.
En un momento todo lo solicitado estuvo apilado a los pies de Winter, incluso nuevo en apariencia. Las muchas monedas que Ross había tenido escondidas en la taberna brillaban como recién acuñadas.
— Y ahora acercaos todos— nos ordenó la hechicera—. Voy a lanzar un conjuro que impedirá que puedan volver a localizarnos. Me avergüenzo de no haberlo pensado antes…


A primera hora de la tarde lo teníamos todo dispuesto. Es increíble, cuando hay dinero, lo rápido que se organizan las cosas. Los tres que vivíamos y conocíamos el pueblo, es decir, Ross, Jarko y yo, nos ocupamos de las compras por separado para ganar tiempo, ya que sabíamos quién podía suministrarnos. Aunque a mí intentaron timarme, pues me tomaron por un viajero de paso y tuve que ponerme duro. No creo que al viejo Hierros le quedaran ganas de engañar a nadie más.
La ruta hasta la Torre de Izen, sede del Mago Electo recientemente asesinado, que se ubicaba dentro de la Fortaleza Maingrú, pasaba por la pequeña villa de Andien, lugar sin ningún valor estratégico, donde se habría de quedar Jarko. Aunque el muchacho rogó y suplicó a su padre, apelando a su sobrada mayoría de edad, Ross no consintió en permitirle acompañarnos más allá. Él no era un guerrero, así que se quedaría ayudando en la taberna de unos amigos, relativamente seguro hasta que todo acabara.
Tras un frugal almuerzo, en el cual repasamos de nuevo la situación y establecimos unos puntos a seguir, Winter no esperó más para cumplir lo encomendado a ella, el más urgente de los asuntos, y sacó de su elegante zurrón un pequeño espejo esmaltado. Después pronunció unas arcanas frases y como consecuencia aparecieron varios rostros distribuidos por la superficie plateada.
— Estimados colegas, saludos— dijo Artea—. No tengo tiempo para los formalismos de rigor, así que escuchad atentamente. El peligro es ya inminente tras el asesinato del Mago Electo Por Los Dioses Blancos, así que nadie, repito, nadie salvo los reyes ha de abandonar su puesto ahora, ni siquiera para rendir honores a Abor. Que vuestros mariscales estén preparados para una ofensiva.
— Pero Artea, ¿cómo pretendes que nuestros nobles ignoren los funerales del Electo? ¡Los dioses podrían enfurecerse!— protestó uno de los hechiceros.
— ¡No seas cretino, Seimus! Que escriban un  pergamino lleno de condolencias, que envíen diplomáticos en su nombre y mientan sobre su salud si es preciso, pero que no se muevan de sus reinos. Sólo los reyes acudirán al sepelio, y procurad que no falte ninguno. No temáis la ira de los dioses… Demasiado ocupados estarán ya con sus propios conflictos… ¿Ha quedado claro o alguien más quiere decir otra idiotez?
Al parecer todos claudicaron, y Winter cerró la comunicación con una breve despedida, tras lo cual guardó el espejo esmaltado en su elegante zurrón.
Recogí algunos pocos enseres y me puse ropa de abrigo mientras los demás se preparaban para la partida. Luego salimos, y antes de cerrar la puerta de la casucha eché un vistazo a mi alrededor con cierta nostalgia. De improviso me asaltó un recuerdo…

 Estoy junto a la ventana, miro a la lejanía en la noche, incapaz de conciliar el sueño, perdido en mil inquietantes pensamientos. Ella se despierta, se incorpora en la cama y bosteza.
— ¿Qué haces ahí plantado? Debe ser muy tarde…
— No puedo dormir.
— ¿Qué te preocupa, Enitt? ¿La guerra?
— La guerra.
— Lo conseguiremos, mi amor, derrotaremos a las huestes de las sombras. La alternativa es inaceptable.
Aparto la mirada de la ventana y la dirijo a su rostro iluminado por la luna, taciturno.
— Quizá sea una tontería, pero tengo un mal presentimiento. Algo irá mal. Ari, si algo malo me sucediera, tú…
—¡Calla! No quiero oírlo… Nada irá mal, Enitt. Tendremos cuidado. Somos el mejor equipo, escogidos meticulosamente por el Gran Oráculo. Nada irá mal.
— No somos inmortales, Ari…
— Ni falta que nos hace. Tenemos suficiente con nuestra longevidad y nuestras aptitudes.
Ella se levanta y se acerca a mí, me abraza y yo la envuelvo en mis brazos.
— Vamos, vuelve a la cama. Cogerás frío aquí desnudo, y tienes que descansar para el viaje de mañana.
— No tengo sueño. Pero iré contigo a la cama…
— No he dicho que hayas de dormir…— dice juguetona, mordiéndome el hombro. Luego enreda sus dedos en mis cabellos blancos y tira de ellos hacia sí.
— Te quiero, Enitt, pero cuánto te quiero…
La beso, delicadamente al principio, con frenesí después; ya no hay inquietudes, ya no hay sombra de miedos, pues los labios de Ari los desterraron al olvido. Nos desplazamos entre besos y caricias hasta la cama y nos dejamos caer, yo encima y ella debajo. Entierro mi rostro entre sus cabellos ondulados  y aspiro su delicado perfume. Y allí, desnudos entre las sábanas, tocamos la felicidad una vez más.

Recordé aquél agradable olor a lavanda que siempre la acompañaba y me di cuenta de lo mucho que lo echaba de menos… ¿Cómo podía sentir esa repentina nostalgia si, salvo ése súbito recuerdo, no me acordaba de ella?
Sacudí la cabeza para alejar el dolor que trajo a mí aquel recuerdo, empezando a ser consciente del porqué pedí el olvido, y cerré la puerta con llave.
El que no hubiéramos conseguido caballos para todos no fue un problema. Winter subió, cómo no, detrás de Proctor en un hermoso alazán nervioso y asustadizo, y enlazó sus brazos alrededor de su cintura. Me parecía entrever que aquéllos dos tenían una relación que, a saber el porqué, intentaban disimular sin éxito. Aunque era un secreto a voces, los demás les respetaban y hacían ver que no se percataban de nada. Yo hice lo propio.
Y partimos sin más demora, sin mirar atrás; Suruo, ese pequeño pueblo donde había vivido hasta donde mi memoria alcanzaba,  se quedó allí con la promesa de seguir en pie si teníamos éxito. En el fondo, aunque no quisiera admitirlo, le había cogido cariño.
  Aún sin ser la época más fría del año, el gélido viento se clavaba sin compasión en nuestros protegidos cuerpos; el trayecto prometía ser duro. Sivar se adelantó unos metros al resto del grupo hasta alcanzarnos a Ross y a mí, que íbamos en cabeza, con la intención de hacernos una proposición.
— Podríamos adelantar un día de viaje si al llegar al río nos desviamos por el sendero que rodea el Pantano Sombrío… ¿qué os parece?
— Sivar, se trata de llegar de una pieza a nuestro destino, no creo que sea lo más acertado. Ese día de viaje que podríamos ahorrarnos puede costarnos un retraso mayor si nos encontramos con…bueno, si nos encontramos con problemas –finalizó Ross tras una pequeña pausa que intrigó al resto del grupo.
— No son más que chismorreos de la gente, Ross. ¿Cuántas veces hemos ido tú y yo a ese pantano sólo para matar el tiempo y nunca hemos visto nada? Recuerdo lo mucho que disfrutábamos con esos largos paseos, la tranquilidad, el silencio…
— Eso no es del todo cierto Enitt… Si no hemos vuelto a visitar aquel lugar ha sido porque la última vez que nos acercamos al pantano, yo sí pude ver algo…
— No digas tonterías. La fatiga y el nerviosismo debieron jugarte una mala pasada.
—¡Por el amor de Dios, Enitt!! Trabajo en una taberna, rodeado de gritos, peleas, festejos… ¿acaso crees que necesito la tranquilidad y el silencio para sobrevivir? Ya me habrías enterrado hace años si así fuera. Yo no buscaba tranquilidad en esos paseos, lo que buscaba era cualquier indicio que me mostrara que las criaturas del pantano existían.
— ¿Te refieres a… zheeremitas, padre?— intervino Jarko con ojos como platos y un ligero temblor en la voz que intentó disimular. Su padre no le oyó o simplemente omitió responderle.
— ¿Y se puede saber por qué no me has dicho nada hasta hoy?
— ¡Claro, y que me tomaras por un viejo chiflado! Te recuerdo que hasta hace apenas unas horas, para ti el número siete no era más que el número de días que tiene una semana. No quiero ni imaginar tu reacción si empiezo a hablarte de criaturas extrañas, de parajes encantados, de…
— ¡Sí, como si alguna vez hubiese puesto en duda tu palabra…!— le interrumpí enfadado, deteniendo el caballo—. De veras que me sorprendes, Ross, pensaba que podíamos hablar de cualquier cosa sin tapujos, sin miedos, sin…
— ¡Sin nada! ¡Se acabó la discusión! –Zanjó Briego irguiéndose en su montura—. ¿Pero cuántas vidas lleváis juntos, por todos los demonios? ¡Parecéis un par de viejos cascarrabias que no son capaces de ponerse de acuerdo en el color de los excrementos de una vaca! Una palabra más y el número siete será el número de años que vais a tardar en levantaros de la cama después de la paliza que…
 Ninguno de los presentes que escuchaban con cierta impaciencia la discusión entre nosotros pudo disimular la risa tras la intervención del pelirrojo. Briego, siempre tan Briego, no tenía ningún sentido del tacto o de la diplomacia. Su forma de decir las cosas era brusca y exagerada pero de un modo que resultaba hasta gracioso, aunque desde luego no era ésta su intención.,  
Jarko tuvo incluso que bajar del caballo y volverse de espaldas a su padre para no faltarle el respeto. Por fin, Liander se atrevió a mediar y poner un poco de paz en el pequeño enfrentamiento.
— Está bien, está bien, calmaos todos… Briego, vas a tener que cuidar esos nervios,  un día de estos van a provocar que tengas que arrepentirte de cualquiera sabe qué destrozo que puedas causar. Busquemos un claro y hablemos con una infusión caliente en las manos.
La pequeña hoguera invitaba a acercarse, pues hacía frío. El agua del recipiente rompió a hervir, y Sivar echó un ramillete de unas hierbas secas dentro. Casi enseguida retiró el cazo y empezó a verter el líquido en unas tazas altas de latón que los demás fueron cogiendo a medida que las llenaba.
 —Dejemos que Ross hable y se explique, parece que es el único que puede darnos razones para tomar una  decisión u otra.
Antes de que Ross volviera a tomar la palabra, Winter se le adelantó captando la atención de todos con su aclaración.
— No, el único no. Creo que sé a qué se refiere Ross cuando dice que vio algo... Dime, ¿llegaste realmente a distinguir alguna forma, figura, rostro,…?
—No, en realidad no. Fue algo…algo muy extraño…no sé cómo describirlo… Veréis, ocurrió cuando los últimos rayos de luz  se iban extinguiendo con la llegada de la noche. Enitt, tú ibas delante de mí caminando a varios metros de la orilla, en silencio – me dijo intentando que recordara ese momento—. Yo te seguía de cerca atento al maltrecho camino de piedras y ramas que nos condujo hasta el sendero del pantano. Me pareció oír un crujido, como una pisada varios metros detrás de mi e instantáneamente me volví hacia el tramo andado, intentando localizar el origen del ruido.  No pude ver nada, el movimiento de cualquier animal del lugar pudo ser el causante, pensé yo, y no le di más importancia.—Ross se volvió entonces hacia los demás—. Justo cuando emprendí la marcha, al girarme para seguir a Enitt que ya me había sacado una pequeña ventaja, fue cuando pude ver aquella extraña criatura... Solo duró un par de segundos y desapareció…
— ¿¡Pero qué criatura!? ¡Maldito charlatán del demonio! ¿Tendré que ir yo mismo al pantano en su busca? ¡Nos enteraríamos antes de la naturaleza de esa alimaña si así lo hiciera! – gritó Briego, poco amigo de rodeos y de las buenas maneras.
No hubo risas en esta ocasión. Todos excepto Winter y Proctor, que parecían saber algo más, esperábamos expectantes cualquier explicación, cualquier detalle que Ross pudiera facilitarnos y que nos ayudara a desenmascarar al ser que habitaba en el pantano. Ross miró de reojo al musculoso guerrero sintiéndose un poco culpable por no ser capaz de dar una explicación más clara, y continuó:
— Os juro que no es fácil para mí describir aquello… No fue, ni mucho menos, lo que yo pensaba encontrar en caso de hallar algo. Nada tuvo que ver aquella aparición con las criaturas que antaño merodeaban la zona escondiéndose en las sombras del bosque, de eso estoy seguro. Ese ser…ese ser tenía cuerpo, sin embargo no pude verlo…al menos no con claridad. Su cuerpo era…era…
— Transparente— finalizó Winter. – ¿Es eso lo que ibas a decir, Ross?
— Sí, Winter, justamente eso, transparente. Pero no era un fantasma, ni una aparición espectral… Era eso, una criatura transparente, estaba como… ¡sí, eso es!, como compuesta de agua…
— Casi has acertado, estimado amigo— indicó Proctor  acaparando las miradas del grupo— No son criaturas de agua, pero sí es cierto que sólo son visibles a través del agua.
De perplejidad fue el gesto que recibió Proctor por respuesta a su poco detallada explicación por parte de casi todo el grupo. Tras un corto silencio que no se atrevió a romper ni el mismísimo Briego, Winter tomó la palabra con la intención de aclarar el breve apunte de su compañero.
— Como sabéis, muchos han sido los enfrentamientos entre dioses y razas de todo tipo desde el comienzo de los tiempos. Los que vivían en este plano debían actuar siempre con suma cautela, pues cualquier acción que malinterpretaran los dioses podía desencadenar terribles consecuencias. Pueblos enteros devastados al antojo de un ser superior imponiendo una justicia muy poco convencional… —se apreciaba la tristeza en los ojos de la hechicera mientras recordaba lo que parecía haber vivido en su propia carne—. Por fortuna, hoy día gozamos de una mayor tranquilidad. La alianza creada entre los distintos Dioses nos garantiza una mayor seguridad frente a posibles “malas intervenciones divinas”— recalcó las últimas palabras al tiempo que alzaba la miraba como si buscara la morada de los dioses. 
“Hubo un pueblo que ofendió a Hayymad, Diosa de la Vida y de la Muerte. Nadie sabe exactamente qué fue lo que provocó su furia, pero se dice que los xenotas investigaban magias y alquimias para vencer a la Muerte. Dicen también que finalmente lo consiguieron. Todos alcanzaron la inmortalidad, pero el precio fue muy alto. La Diosa, burlada y ofendida, les condenó a la esterilidad y los exilió de su plano al nuestro, les castigó así a la ostracidad dado que sus constituciones no son aptas para nuestro mundo. No pueden relacionarse, pues sólo son visibles, como Proctor ha explicado, a través del agua: eso, en este mundo, es suficiente como para suscitar el pánico y las malas leyendas, evitando cualquier contacto con ellos. La poca gente que los ha visto cree que son espíritus o cosas peores, e inmediatamente dejan de frecuentar el lugar. Tampoco pueden hablar, así que supongo que, siendo muy difícil comunicarse, han terminado por resignarse a su sino y viven escondidos bajo el agua, expiando su culpa.” 
— Entonces… ¿quieres decir que hay todo un pueblo sumergido bajo las aguas del pantano? –preguntó sorprendido Sivar con los ojos muy abiertos ante los asombrosos hechos relatados por la maga. Quizá él desconocía la leyenda, pero por nuestros lares era bien conocida.
— Les hacía más al Norte, pero por la descripción de Ross no cabe duda de que se trata de ellos, o al menos de un grupo y presumo que bien asentado.
— ¿No podría haber sido algún zheeremita solitario, Winter? ¿Tal vez investigando el territorio para un próximo avance del grupo? – inquirió el joven Jarko con voz temblorosa, como cada vez que se dirigía a la hermosa Winter o nombraba a los temibles zheeremitas— Quiero decir…no tiene por qué ser un grupo bien constituido y numeroso al que tengamos que temer aún…¿verdad?
— Nadie ha hablado de temer, Jarko – respondió Proctor con su pausada y profunda voz— En ningún momento ha mencionado Winter que puedan resultar peligrosos, a pesar de sus magníficas aptitudes para la guerra. No se trata de un pueblo conquistador y dado a provocar enfrentamientos, al contrario, siempre fueron  pacíficos y respetuosos con los demás pueblos. No obstante, pocos podrán contar que fueron capaces de flanquear las líneas defensivas establecidas por los zheeremitas en momentos de guerra. Están bien organizados y son excelentes estrategas, pero sólo habría que temerles si no están de nuestra parte… Llevan más de mil años entre nosotros y únicamente se han inmiscuido en una de nuestras guerras. Sólo en una, contra las fuerzas oscuras.
— Tú lo has dicho, Proctor…si no están de nuestra parte. —Con estas palabras y un acostumbrado guiño de complicidad hacia Proctor, Winter puso fin a la explicación de su compañero —. Debemos partir cuanto antes, no quedan muchas horas de luz y hemos de aprovecharlas.
— Cierto, aún debemos llegar a la aldea y el camino no será fácil.       
— Así es, Liander, hemos de apremiar. Bien, el plan es el siguiente: Proctor y yo continuaremos por la senda del pantano y vosotros mantendréis la primera ruta que habíamos establecido hasta Andien, donde nos reuniremos de nuevo –ordenó, paseando su mirada por los ojos de los que escuchábamos atentamente—.  Si lo que tengo en mente funciona, es posible que podamos contar con un poderoso aliado en la guerra que se avecina de manera inminente.
— ¿Cómo vais a hablar con ellos?— se preocupó Jarko—. Dijiste que no podían hacerlo…
Winter se acercó al muchacho, sentado a su lado; sonriendo, le tomó por el mentón y le dio un rápido beso en la mejilla. Observó divertida cómo enrojecía hasta la mismísima raíz del negro cabello.
— La magia no tiene voz.

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