miércoles, 22 de diciembre de 2010

Capítulo 2 parte 4

4

Cuando despertó estaba solo. La amortiguada luz del día que lograba atravesar la tupida cortina iluminaba tenuemente el cuartucho, pero la luz le hirió en los ojos. Parpadeó varias veces, hasta que sus pupilas se adaptaron. Se sentó en la cama, y  al hacerlo tuvo que aferrarse a la misma, mareado y al borde de la náusea por el pequeño esfuerzo. La sensación cedió  y el hombre se calzó de nuevo las botas con movimientos lentos y algo descoordinados. Se sentía como si arrastrara la peor resaca de su vida. Con cuidado se puso en pie y, al no repetirse el mareo, se acercó a la cómoda. Llenó la palangana con agua de la jofaina y se lavó la cara. Tomó el lienzo y comenzó a secarse con movimientos pausados, y cuando se miró en el espejo se detuvo, sobresaltado. Por un segundo no se reconoció. Luego se dio cuenta de que era su imagen lo que veía ante sí, y tuvo que apoyarse en el mueble para no caer al suelo. El extraño que reflejaba el espejo era un hombre joven de agraciadas facciones, sus grandes ojos azul profundo no estaban ribeteados por patas de gallo, sus mejillas no se descolgaban flácidas ni su frente era surcada por las arrugas que los años de experiencia en este mundo traen consigo. La piel de su rostro era tersa y fina. Sólo su cabello, recogido en la nuca en una coleta despeinada ahora, conservaba el color blanco de antes, aunque se veía más espeso y vigoroso. Se desató la delgada tirilla de cuero que lo ataba y dejó que cayera libre sobre sus hombros. Y entonces se recordó a sí mismo.

Abor, el Mago Electo por los Dioses Blancos, descansaba sobre la alfombra, de rodillas y con las manos sobre el regazo, frente al fuego de la chimenea. Las noches que no podía dormir, acosado por las múltiples preocupaciones que traía consigo su cargo, se arrodillaba al calor de la lumbre y meditaba. Viajaba fuera de su cuerpo buscando respuestas, soluciones a sus muchos dilemas; a veces, si un problema difícil le angustiaba especialmente incluso había consultado con los propios dioses. Esa noche no le dio tiempo. Sus ojos cerrados no vieron a la enorme criatura que salió del fuego hasta que fue demasiado tarde. De nada sirvieron los conjuros protectores frente al gran archidiablo, sólo retrasaron lo inevitable unos pocos segundos.  El terror se reflejaba en sus desorbitados ojos al ver al demonio levantar la espada llameante contra él, e impotente dejó escapar un grito, grito que cesó súbitamente cuando el archidiablo le cortó la cabeza de un tajo. Un objeto salió volando junto con la sangre del mago y llamó la atención de la bestia, una cadena con un colgante que brillaba. El demonio se agachó y, al ir a cogerlo,  tocó la piedra blanca, que resplandecía como un pequeño sol. Retiró al momento la mano como si ésta le hubiera mordido: entonces reconoció el talismán, la Piedra Blanca de Izen. Esa piedra, de grandes poderes mágicos, le estaba vedada al Mal y el archidiablo sabía que no podía cogerla, así que no se la llevó consigo cuando desapareció entre grandes llamas, justo un momento después de que la guardia de Abor irrumpiera en la imponente alcoba. La Piedra entonces dejó de brillar.

Enitt bajó directamente al salón de la casa de Ross. No había nadie, así que se asomó a la taberna, que todavía no había abierto al público. Su amigo trajinaba en la cocina y daba órdenes a su hijo. El muchacho casi se cae de culo cuando le vio.
— No seas estúpido, Jarko— le regañó su padre en broma, con ese sentido del humor tan suyo —. Cualquiera diría que no has visto los efectos de una poción en tu vida.
—¿Dónde están los demás?
— Proctor y la hechicera salieron al amanecer. Los demás aún duermen. Por cierto, Jarko, sube a despertarlos, el desayuno está casi listo. ¿Tienes hambre, Enitt?
— No. Sólo me duele terriblemente la cabeza.
— Eso también tiene solución. Te prepararé algo, y después desayunarás como un buen muchacho.
— Es muy temprano para ironías. Parece que te has levantado de demasiado buen humor para mí.
—Anda, siéntate a la mesa— dijo el tabernero riendo por lo bajo—. Enseguida te traigo lo tuyo.
—¿Y tú, Ross? ¿No vas a tomar la poción?
—Aún no. ¿Qué crees que pasaría si mis clientes ven a un mozalbete poco mayor que Jarko que intenta hacerse pasar por mí?— se rió—. Habrá tiempo de sobras.
Para cuando bajaron los otros tres, unos diez minutos más tarde, Enitt se encontraba mucho mejor. El bebedizo que le preparó Ross actuó con rapidez y ahora se veía capaz de echarle algo al estómago, así que acompañó a los demás en la tarea de acabar con los platos de viandas que esperaban ser consumidos sobre la mesa. Pronto quedaron saciados, y sólo Briego seguía comiendo con entusiasmo cuando sonaron unos aldabazos en la puerta trasera, la que daba al callejón por la trastienda. Jarko se levantó presto ante la muda orden de su padre y corrió a abrir.
Winter y Proctor entraron en la taberna sacudiéndose un poco de nieve de los cabellos. El extraño caballero vestía ahora una hermosa  y flexible armadura plateada bajo su capa.
— Tomad asiento. Comed lo que gustéis, aún quedan viandas de sobra. Artea, ¿te preparo una migas con leche caliente, como de costumbre?— preguntó solícito el tabernero.
—Pues no he de decir que no a algo caliente, al menos mientras lo haya: no habré de disfrutar de desayunos así en mucho tiempo, me temo. Abor, el Mago Electo Por Los Dioses Blancos, ha sido asesinado esta noche— les informó la hermosa hechicera.
—¡Hoder!— exclamó Briego  duchando de migas procedentes de su boca llena a Sivar, que se apartó de un ágil salto con una innegable expresión de asco en la cara.
— Pero ¿cómo…?—se interrumpió Liander, perplejo ante la fatal noticia—. Eso es casi imposible, Winter, irrealizable para alguien de nuestro plano.
— Has acertado, como siempre— dijo ella—. Su guardia vio a un archidiablo disipándose dentro de los aposentos del Mago. Eso implica a un hechicero, uno lo suficientemente poderoso como para tratar con un demonio de esa magnitud. Y no hay tantos, lo que nos lleva…
— … A suponer que la ofensiva es inminente, si no le importa que demos con su identidad— continuó Proctor sorprendiendo a todo el mundo con su voz de trueno. Era la primera vez que despegaba los labios desde que Enitt le conociera, la noche anterior—. Hay que decidir qué hacer a continuación.
La hechicera se giró en la silla hacia Enitt.
— Bueno, sin duda tienes mejor aspecto. ¿Ya has recordado?
— Me temo que no demasiado.
Winter miró con el ceño fruncido al elfo.
— No me culpes a mí si el Gran Oráculo hizo bien su trabajo— se defendió—. Tal vez necesita tiempo…
— ¡Un tiempo que no tenemos!— gritó Briego contrariado—. Bah, siempre he sabido que eras un brujo de mierda, en cuanto te piden algo más difícil que un reconstituyente no das pie con bola.
—¡Briego! ¡No toleraré tamañas faltas de respeto, al menos en mi taberna!— le amonestó Ross tan serio como nunca le habían visto.
— Vamos, vamos, ¿se puede saber qué os pasa? – Intervino Liander en tono conciliador—. Es posible que de nosotros dependa el equilibrio de las fuerzas de todos los planos conocidos, y en lugar de pensar en cómo mantener ese equilibrio os entretenéis en pelear entre vosotros. Debemos actuar con cautela midiendo cada paso que demos,  una mala decisión puede ser el triunfo del caos. Os ruego que dejéis vuestras rencillas para otro momento y dediquéis vuestras fuerzas a idear un plan que nos saque del entuerto.
Está claro— añadió dirigiendo su mirada al fornido guerrero—, que la recuperación de Enitt no va a ser inmediata. Y no es culpa tuya, Sivar, como bien apuntabas, el Gran Oráculo cumplió con creces la única petición que nuestro amigo le imploró: olvidar su pasado.
 Todos aprobaron en silencio las palabras del sabio caballero, quien después de una pequeña pausa prosiguió.
— Todo a su tiempo, Enitt estará listo cuando llegue el momento, podéis estar tranquilos. Bien, es hora de mover pieza, las fuerzas del mal lo han hecho ya y de una forma preocupante; si no han de tener cuidado al ocultar sus intenciones es porque no temen que podamos frenar su avance y hacer frente a sus planes…
 — A mi parecer dos son las incógnitas que debemos esclarecer lo antes  posible— apuntó la hechicera—. Asesinar a Abor habrá desatado la irrefrenable ira de los dioses, y de sobra sabemos cuán peligrosa es dicha locura para todo ser viviente… ¿Qué sentido tiene entonces crear tal desconcierto?
 — ¿Y si eso es justamente lo que se pretende? – Reflexionó en voz alta Proctor—. Los dioses buscarán ahora culpables y no les importará arrastrar en su empresa a cualquiera que se les cruce en su camino, sea inocente o no lo sea. Además, ellos guardan la principal puerta de enlace entre los distintos planos existentes… Cualquier descuido por su parte puede ser bien aprovechado por las hordas de la oscuridad y…
   La puerta entre el mundo de los mortales y de los inmortales… ¡quedaría abierta!
   Sí, Briego, ocasionando la más cruel y sangrienta guerra que se haya vivido jamás. Para algunas razas será el fin de los tiempos, y para otras el inicio de una nueva Era, una Era de caos y destrucción –concluyó Proctor.
 La sentencia de Proctor  dejó sin palabras al resto del grupo, quienes vieron de forma clara que el desenlace al que aludía su compañero podría ser una terrible opción.
— Si estás en lo cierto, la segunda de las preguntas que me rondan la cabeza puede ser determinante a la hora de decidir qué hacer en primer lugar. Asesinar a Abor  es un gran paso para las fuerzas del mal, no hay duda…Pero una cosa es querer asesinar al Mago Electo y otra muy distinta tener suficiente poder para conseguirlo… —argumentó Winter al tiempo que se levantaba y daba unos pasos rodeando a sus compañeros—.  Muy pocos del plano al que pertenecemos tienen el poder necesario como para invocar  a un archidiablo…pero ¿atarlo? No se pueden atar. No se les puede obligar a que te sirvan. Es muy raro.
  ¿Qué es un archidiablo? ¿Y por qué te extraña tanto?—intervino Enitt.
— Un archidiablo es uno de los demonios más poderosos que existen. Pero van por libre,  no se someten a nadie, ni siquiera al dios Balician, pues son caóticos. Si un mago, además de invocarlo y vivir para contarlo, ha conseguido de algún modo sus servicios… Bueno, se me ponen los pelos de punta al pensar qué le habrá ofrecido para que acepte ingresar en sus filas, porque tengo claro que ha sido algo voluntario. Es crucial averiguar quién es ese mago.
— Varios son los nombres que se me vienen a la mente, Winter. Podría tratarse de Crommer “El Errante”, o tal vez el gran hechicero Aarumm,.. –enumeró pensativo Proctor.
— ¿Crommer? ¡Por el fuego más rojo de todos los infiernos! Si se trata de ese despojo de nuevo, ¡os juro que me lo como vivo! – Tronó Briego dejando caer su poderoso puño contra la maltratada y vieja mesa de madera.
  Tú como siempre… no cambiarás nunca. Te crees que todo se resuelve a base de golpes y espada, no tienes arreglo. Debería dejar a un lado mis pócimas y ponerme a estudiar cómo repararte el cerebro…— rió Sivar mirando de reojo la encendida expresión del imponente guerrero.
— ¡Ahora si que lo has conseguido, hijo de mil alimañas! ¡Te voy a…!
— ¡Basta! ¡Dejaros de juegos de una maldita vez o tendré que ser yo mismo quien ponga orden! Parece ser que no me recordáis enojado…
La profunda voz de Proctor frenó de forma instantánea la amenaza del bárbaro, que solo quedó en un gesto amenazante hacia el cuello del esbelto elfo. Ciertamente no tenían ninguna gana de ver furioso a Proctor: no era algo que ocurriera con frecuencia, pues no era fácil de enfadar, pero si llegaba el caso era mejor mantenerse a una distancia prudencial por lo que pudiera pasar.
— ¿Y tú qué opinas? ¿Se te ocurre por dónde empezar?—preguntó la hechicera a Liander, en parte con la intención de acabar con el enfrentamiento entre sus amigos cuanto antes.
— Creo que necesitamos ayuda – tomó su jarra, apuró el contenido y prosiguió—. Sólo has nombrado a dos posibles causantes de tan turbio asunto, Proctor,  pero sabemos que hay más, de algunos ni siquiera conocemos sus habilidades o naturaleza, pero si son capaces de derrotar al mismísimo Elegido, son cuanto menos muy peligrosos. 
— ¿Y en quién estás pensando que nos pueda ayudar?
— No quién, sino qué, mi querida Artea… —todos miraron con cierta curiosidad al caballero esperando que continuara con la explicación. Tras una pequeña pausa con la que ganó la atención de todos, continuó—. La Piedra Blanca de Izen, ese es nuestro primer destino.
— Esto es el colmo… ¿Acaso pensáis que nos sobra el tiempo como para andar recogiendo baratijas? Lo que hay que hacer es…
— Brieeego, eres incorregible,  La Piedra Blanca de Izen no es ninguna baratija, es uno de los amuletos más poderosos que existen –explicó Artea—. Haciendo buen uso del valioso talismán, no sólo es posible la comunicación con los Dioses Blancos, también es una fiable fuente de información de acontecimientos pasados y venideros… 
— Lo que significa que  podríamos averiguar quién atentó contra la vida del sabio hechicero y consiguió derrotarle en su propia fortaleza – finalizó Liander así su explicación—. De lo que estoy firmemente seguro es de que no somos los únicos interesados  en obtener La Piedra, deberíamos comenzar con los preparativos del viaje cuanto antes… ¿tú qué dices, Ross?
Tenía la mirada fija en Enitt desde casi el principio de la discusión, y no la desvió ni siquiera entonces para intervenir.
— Pues veréis, no creo que la situación sea tan desesperada, en realidad no hay nada que nos asegure la relación entre la muerte de…la muerte de Abor y…la… ¿pero qué demoni…?
Un sonido en principio lejano y poco a poco ensordecedor y más cercano ahogó las palabras de Ross sin que éste pudiera acabar la frase. Todos corrieron al ventanal más próximo sin saber que era algo que parecía provenir del cielo con una rapidez y velocidad incalculables. Sólo por unos segundos pudieron observar una gigantesca bola de fuego que inevitablemente se estrellaría contra los muros del caserón en el que el sorprendido grupo intentaba esclarecer con poco éxito lo ocurrido hasta el momento.
— ¡Por todos los...! ¡Corred, protegeos! ¡Winter! –gritó Briego al tiempo que corría arrastrando a Sivar  con una mano y a Enitt con la otra  hacia la única salida que daba al exterior. Les empujó para que siguieran y volvió atrás para intentar ayudar a los demás.
— Es demasiado tarde…
Esas fueron las últimas palabras de Proctor, justo antes del tremendo impacto. No quedó un solo pilar en pie, todo era destrucción…

De pronto, Enitt se encontró de nuevo en la taberna. Confuso, casi no prestó atención a las palabras de Winter.
— Bueno, sin duda tienes mejor aspecto. ¿Ya has recordado?
— Me temo que no demasiado— respondió, y al hacerlo una sensación desconocida para él recorrió todo su cuerpo.
Winter miró con el ceño fruncido al elfo.
— No me culpes a mí si el Gran Oráculo hizo bien su trabajo— se defendió—. Tal vez necesita tiempo…
— ¡Un tiempo que no tenemos! Bah, siempre he sabido que eras un brujo de mierda, en cuanto te piden algo más difícil que un reconstituyente no das pie con bola.
—¡Briego! ¡No toleraré tamañas faltas de respeto, al menos en mi taberna!
Enitt seguía atentamente cada intervención de sus compañeros sin llegar a comprender qué estaba pasando.
— Vamos, vamos, ¿se puede saber qué os pasa? Es posible que de nosotros dependa el equilibrio de las fuerzas de todos los planos conocidos, y en lugar de pensar en cómo mantener ese equilibrio os entretenéis en pelear entre vosotros. Debemos actuar con cautela, midiendo cada paso que demos: una mala decisión puede ser el triunfo del caos. Os ruego que dejéis vuestras rencillas para otro momento y dediquéis vuestras fuerzas a idear un plan que nos saque del entuerto. Está claro que la recuperación de Enitt no va a ser inmediata. Y no es culpa tuya, Sivar, como bien apuntabas el Gran Oráculo…
—… Cumplió con creces la única petición que nuestro amigo le imploró: olvidar su pasado… ¡Olvidar su pasado!— gritó Enitt levantándose de un salto.
— Si…Enitt…, eso es justamente lo que iba a decir, ¿pero cómo…?
— No hay tiempo para explicaciones, debemos alejarnos de la casa o no viviremos para contarlo.
Su tono fue tan firme y seguro que todos se pusieron en pie dispuestos a seguirle más por curiosidad que por miedo, excepto Liander, que aún con gesto desconfiado permanecía sentado en un extremo de la mesa.
— ¿Liander? ¿No me has oído? ¿Quieres acabar sepultado por toneladas de piedra?
— Enitt, no sé que pretendes con este juego pero creo que…
— Si, Liander— respondió Enitt al caballero, volviéndose esta vez con una leve sonrisa en los labios—, ya sé lo que tú crees… Tranquilo, iremos a un lugar más seguro donde puedas detallarnos tu plan para obtener La Piedra de Izen… Pero ahora ¡salgamos de aquí!
Nunca, por temible que fuera el enemigo,  habían visto a Liander con el rostro tan pálido y tan confuso como en aquella ocasión. No tuvo más opción que levantarse y seguir al resto del grupo que, a buen paso, se dirigía al exterior del caserón en busca de la seguridad que prometía Enitt. Justo antes de alcanzar la salida, Enitt agarró por el hombro a Briego, reclamando su atención.
— Gracias Briego.
— ¿Por qué, Enitt, qué ocurre?— Se sorprendió el musculoso bárbaro volviéndose hacia su amigo.
  Porque no dudarías en arriesgar tu propia vida por salvar la de cualquiera de nosotros. Y ahora corre, no quiero volver a darte la oportunidad de demostrarlo, al menos de momento.
El bárbaro le miró de hito en hito, pensando que quizá las pociones que Sivar le dio estaban adulteradas.

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