domingo, 9 de enero de 2011

Capítulo 6 parte 3

3

—Hay un gólem de piedra en una de las salas del piso anterior — explicó Ross a sus compañeros—. Debe guardar algo importante. Enitt y yo pensábamos investigarlo en cuanto pusiéramos a salvo a la pequeña.
— Adelante, te seguimos— dijo Briego.
—Jarko, hijo mío —habló el tabernero a su hijo—, prepara tu espada. Y, por el amor de los Dioses, ten mucho cuidado.
—Descuida, padre— respondió éste sacando el hierro de su vaina.
El bárbaro soltó una carcajada que parecía no venir a cuento, y todos le miraron extrañados.
— ¿Qué? ¿Acaso no os dais cuenta de lo raro que suena que Jarko le llame padre a Ross? ¡Si parecen hermanos, por  el fuego más rojo de todos los infiernos!
— Briego tiene razón… Quizá sería mejor que te llamara por tu nombre — sugirió tímidamente el chico.
— Como te atrevas a llamarme otra cosa que no sea “padre”, te pondré sobre mis rodillas y te daré la paliza de tu vida. Y ahora, andando.
— Un momento… —dijo el dragón, mirando la mano del mago muerto. — ¿Qué es eso que brilla en el dedo de Solomon?
Briego se acercó al cadáver, se agachó para tomar la mano inerte y le quitó la sortija.
— Es un anillo —les aclaró mientras volvía con el grupo, mostrando la extraña sortija de oro con un gran rubí en el centro.
— Ese rubí parece palpitar —observó Jarko.
— Esto parece… creo que es… —Proctor tocó el rubí y retiró el dedo como si la joya le hubiese quemado—.  Sí, es un rajjak… Esto pertenece a algún poderoso ente, inmortal mientras su alma esté contenida en esta piedra preciosa. Creo que no me equivoco si presumo que debe pertenecer al archidiablo que nos atacó con sus huestes el aquel bosque… Teniendo su joya en nuestro poder, el ente nos pertenece absolutamente.
Proctor colocó el anillo sobre el suelo y se arrodilló frente a éste. Se concentró y enfocó su mente al interior de la joya. Muy lejos de allí, en Ossel, el archidiablo segaba vidas dentro de las murallas de la ciudad rodeado de sus huestes diabólicas, pero se detuvo en seco. Oyó a Proctor en su mente y sintió la Piedra-alma en peligro.
Tengo tu rajjak en mi poder, demonio. Tengo tu vida en mis manos. Si en algo la aprecias, lucharás en favor de mis intereses. Deja en paz a los habitantes de Álderan y concentra tus fuerzas contra las fuerzas de Solomon, si no quieres que quiebre el rubí que contiene tu alma. ¿Qué respondes?”
El archiablo rugió de rabia. Azotó con su látigo al demonio más cercano, presa de una furia desmesurada, pues su alma caótica se rebelaba contra toda imposición. Pero no tenía más remedio que capitular, si quería seguir con vida. Odió con intensidad al mago que le subyugó por su incompetencia, y se odió a sí mismo por haber entregado a tal inútil su preciada joya. Nunca más, se dijo, nunca más haría algo así… si lograba recuperarla. Por fin pareció calmarse y se detuvo.
Haré como ordenas si prometes no destruir la piedra.”
“Oh, por supuesto que no la destruiré… mientras sirvas a mis intereses. Puedes resultar muy útil, ahora y en el futuro. Y ahora, ve sin dilación a luchar junto a los hombres, elfos y cambiantes allí donde se concentra el grueso de las tropas de Balician.”
Aquello molestó sobremanera al demonio, que entendió que aquél que le poseía no iba a entregarle su alma probablemente nunca. Pero llamó a sus demonios y se dirigió a las Llanuras Verdes.

Para poder descender al nivel inmediatamente inferior se vieron obligados a enfrentarse de nuevo a un nutrido grupo de defensores de la fortaleza. Ese grupo parecía tener representantes de buena parte de las razas malignas, pues había drows, zheeremitas, sombras, espectros, esqueletos y diablos.
— Dejad que suban al piso, pelearemos más cómodamente que en las escaleras, pero no permitáis que nos rodeen — les ordenó Briego.
—No os enfrentéis a las sombras ni a los espectros: yo me ocupo de ellos —dijo Proctor.
— ¿Dónde está Winter? —preguntó Jarko un momento antes de la carga enemiga; pero su pregunta, que no fue respondida, causó en sus compañeros una punzada de dolor que inmediatamente se transformó en odio y rabia.
El muchacho no luchaba mal. Manejaba bien la espada, tal como su padre le enseñara desde niño; pero, no obstante, Ross no se separaba de él. El tabernero protegía a su hijo, pues lo que más temía en el mundo era perderlo: él lo había criado desde que Vassera —su esposa y madre de Jarko— les abandonó. Por eso, en lugar de admirar la gracia y destreza del muchacho en la lucha, Ross no lograba ver más allá de la angustia y el temor, y redoblaba sus esfuerzos por acabar con los enemigos cuanto antes para poder respirar tranquilo.
Proctor, inmune a la magia negativa de sombras y espectros, no tardó mucho en despacharlos a todos. Se apresuró en ayudar a sus amigos, más cuando llegaron refuerzos al oír el alboroto de la reyerta. El arrogante dragón plateado quizá fue insensible en otros tiempos, pero tras años y años en compañía humana su talón de Aquiles eran, precisamente, sus compañeros. Esos años en compañía humana habían transformado el frío en tibieza, la mínima expresión de sentimientos en  aprecio y camaradería… Solo que él no era consciente de ello.
Briego parecía descargar en cada golpe de espada todo el rencor y desprecio que sentía hacia aquellos enemigos de la luz. Se sentía bien luchando, lo necesitaba desde que Proctor confirmara la muerte de la hechicera, porque de este modo no podía pensar en ello. Se negaba a aceptarlo. El bárbaro era una persona temperamental e impulsiva, pero también, en el fondo, el más sentimental de todos ellos.
Pronto las escaleras estuvieron despejadas y los cinco las bajaron cautelosamente hasta el nivel inferior. Ross les guió por los corredores hasta dar con la habitación del gólem. Abrieron la puerta y le observaron; el artificio repitió las extrañas palabras que anteriormente les dijera a Enitt y Ross.
— Pide una contraseña — les informó Proctor.
— ¿Entiendes a esa cosa? —se sorprendió Ross.
— Para lo que le sirve…—ironizó Briego—. Ya me dirás qué conversación se puede tener con un gólem.
— En cuanto intentemos entrar en la estancia que guarda, nos atacará —dijo Proctor, sin hacer caso de Briego—. Es un enemigo difícil de abatir, pero con mi verdadera forma puedo vencerle. Mientras esté entretenido luchando conmigo, debéis aprovechar para colaros dentro.
— De acuerdo — habló Ross—. Jarko, no te muevas de mi lado.
El muchacho soltó un bufido de protesta, pero se acercó de mala gana a su padre.
Proctor traspasó el umbral de la estancia, se transformó en dragón plateado y arremetió contra el gólem, que inmediatamente pasó al ataque. Los demás corrieron sorteando a los contendientes hacia la puerta cerrada. Briego intentó tocar la manilla y, antes de lograrlo, salió despedido con violencia; el gigante pelirrojo cayó al suelo sin conocimiento.
— ¡Mierda!—gritó Sivar—. Tiene protección mágica… Rápido, apartemos a Briego a un rincón antes de que lo aplasten.
— ¡Proctor, la puerta está protegida mágicamente!— gritó Ross al dragón.
 — “¡Salid de aquí, no puedo usar el fuego con vosotros dentro!”— les pidió el dragón telepáticamente.— Ya nos ocuparemos de eso cuando termine con este engendro…
Los dos titanes luchaban encarnizadamente.  El gólem parecía inmune a la magia, pero no a la fuerza del dragón. No obstante, el dragón recibía también unos golpes monumentales que sólo conseguían enfurecerle más si cabe. Los otros cuatro, acarreando a un Briego que a duras penas abría los ojos, salieron como alma que lleva el diablo de la estancia. No bien se habían refugiado tras la pared, una llamarada salió por la puerta.
El dragón alternaba golpes con fuego, tratando de fundir al gólem de piedra; pero éste seguía castigando al dragón como si nada.
Una figura se acercó a los cuatro hombres, que quedaron boquiabiertos al verla: Briego, sentado en el suelo con la espalda contra la pared, se espabiló de golpe; Ross y Sivar parecían petrificados y Jarko farfulló un “¡ya era hora!”.
Se acercó a la puerta abierta y  dio una orden.
— Apártate, Proctor.
La sorpresa del dragón, que reconoció la voz y giró la cabeza hacia ella, le valió un fuerte golpe en el pecho, pero reaccionó y se apartó, tal como ella le pidiera.
Winter lanzó un rayo helado, que congeló al gólem.
— ¡Alternemos frío y calor, así le haremos añicos!
El dragón lanzó entonces una llamarada  y se apartó para que ella lanzara otro rayo congelante.
El gólem empezó a desgajarse, y a cada movimiento se deshacía más y más.  El frío y el calor se alternaron hasta que el monstruo se despedazó del todo.
Proctor tomó su apariencia humana al instante, se acercó a ella a grandes zancadas,  la abrazó con fuerza y la besó en los labios. Los demás la rodearon, estupefactos, menos Jarko, que no entendía nada.
— Estás viva…— gimió Proctor, apretando más el abrazo.
— Menuda hechicera sería si un mago del tres al cuarto pudiese acabar conmigo con tanta facilidad… Si no poseyera estas extraordinarias habilidades, no estaría en Los Siete —dijo ella con orgullo.
— Pero… ¿cómo…? Te vimos morir…— farfulló Ross.
— Eso no era yo, era un simple señuelo… ¿Tan perfecto me salió?  La niña me ayudó a desdoblarme en el momento en que iba a atravesarme el cuello… solo que, con la enorme energía que posee, en lugar de aparecer a unos metros, lo hice a unos kilómetros. Perdón por la tardanza…
— Ven aquí, pequeña arpía —bromeó Briego, renqueante, con los ojos acuosos—, dame un abrazo…
Ella abrazó a Briego,  a Ross y a Sivar. Estaban contentos, exultantes al verla sana y salva. Todos querían a la hechicera.
— ¿Dónde está Enitt? —preguntó.
— Se fue con la niña.
Winter frunció el ceño al reparar en Jarko, que se había quedado mudo y paralizado al percibir que los demás la habían dado por muerta.
— ¿Qué hace él aquí? …A ver, contadme, ¿qué me he perdido?


La vorágine en que le había introducido la niña cesó tan abruptamente como había comenzado. Enitt sintió el suelo bajo sus pies y miró en derredor: estaban tras unas rocas, en la ladera de una de las montañas que formaban el Desfiladero de la Rosasangre  y bajo ellos, a unos quinientos metros, se situaba el portal maldito, vomitando extrañas criaturas sin cesar. Se agachó, arrastrando con él a la pequeña para no ser vistos.
— Esto va a ser difícil… Bajaré por la parte trasera del portal, tú dame la Piedra y quédate aquí.
La niña negó con la cabeza y aferró la Piedra Blanca con más fuerza. Después se cogió a la mano de Enitt.
El hombre suspiró resignado  y comenzó el descenso con cuidado de no ser visto. Cuando llevaban descendidos unos cien metros, algo llamó la atención del hombre. Desde donde se encontraba, alcanzaba a ver todo el desfiladero hasta la entrada al valle, y allí justamente ocurría algo. Parecía una batalla, aunque no podía ver más que un tumulto lejano y el polvo levantado. Aquello favorecía sus planes, pues distraería a las huestes de su propia persona. Continuó bajando con sigilo, más confiado pero alerta, hasta llegar a la parte trasera de la Puerta de Los Planos. La niña se situó a su lado en cuanto llegó  y se sacó la cadena de la Piedra de Izen del cuello; estirándole de la mano reclamó su atención y se la ofreció.
— ¿Qué debo hacer ahora? —le preguntó a la pequeña tomando la Piedra de su mano.
La chiquilla señaló el bolsillo de Enitt, donde se había guardado la Piedra Negra de Solomon, y también señaló la que acababa de entregarle; después hizo el gesto de juntarlas. Él se agachó.
— ¿Quieres que las Piedras se toquen, verdad? Ya lo suponía.  ¿Eso cerrará la Puerta?
La niña asintió con la cabeza. Cuando Enitt se disponía a hacerlo, ella le detuvo con un gesto cariñoso y, lentamente, colocó la palma de la mano en el corazón del hombre, mientras le miraba a los ojos con tristeza. El dejó en suspenso el gesto de juntarlas, confuso, pero enseguida entendió lo que la niña quería decirle. No sabía por qué entendía su mirada, pero la leía con una claridad pasmosa.
— Me estás explicando que tal vez muera al hacerlo, ¿verdad? Que la fuerza que desencadenen las dos Piedras al tocarse, siendo antagónicas, no sólo borrarán el Portal del mapa, sino que, probablemente,  también a mí.
Ella asintió una vez más.
— No me importa. Vivir, morir… Ya, ¿qué más da? Hubo un tiempo en que anhelaba la muerte; ayer mismo me reconcilié con la vida y hoy, de nuevo, no tengo por lo que vivir. Sacrificaré de buena gana mi vida para que el mundo tenga una oportunidad.
La niña le miró de un modo extraño, ladeando un tanto la cabeza como si no entendiera bien a qué se refería. Luego abrió mucho los ojos y extendió la palma de la mano hacia él, como si sostuviera algo. Cuando él la tocó, unas imágenes llenaron su mente; luego se vació de ellas de repente, dejándole anonadado y confundido. Winter.
— ¿Está viva? ¡Está viva! — dijo poniéndose en pie de un salto, mirando a la pequeña consternado y aliviado a la vez—. Pero, ¿por qué me muestras esto ahora? ¿Sabes lo difícil que me va a resultar en éste momento cumplir con mi deber?
Había tal carga de pesar y de tristeza en la voz del hombre que la pequeña se abrazó a sus piernas con fuerza, conmovida. Él la levantó en sus brazos y también abrazó su cuerpecito con pesar. Enitt lo entendió entonces, cuando ella le miró con esos ojos violetas que hablaban con la mirada; comprendió por qué la chiquilla le había revelado que Winter estaba viva: la niña le acababa de dar una razón para vivir. Quería que luchara por su vida, que no se dejase morir.
Una solitaria lágrima surcaba su rosada mejilla, una lágrima terrible y hermosa a la vez, atroz en aquel rostro angelical pero tan maravillosa como un cometa atravesando la noche.
— Retírate de aquí, Niña Sin Nombre. Con un sacrificio hay más que suficiente. —le dijo mientras la depositaba en el suelo. Ella no le hizo caso, le miró desafiante y no se movió. — ¡He dicho que te vayas! Hasta que no me obedezcas, no cerraré el Portal.
La niña dudó unos instantes, entonces cerró los puños y tembló, tiesa como un palo; Enitt sintió vibrar incluso el aire a su alrededor. El cuerpo de la pequeña se fue transformando en una sustancia blanca, como humo y agua a la vez, desde los pies hasta la cabeza; a medida que su cuerpo se transformaba, la sustancia, como una serpiente voladora, llegó hasta él lentamente y comenzó a envolver su cuerpo como una segunda piel. Pronto no quedó nada de la niña, y él estuvo completamente envuelto de aquello en lo que ella se había transformado.
— Está bien, pequeña tramposa: veo que has decidido correr mi suerte diga yo lo que diga. Sea así, pues.
Enitt juntó las Piedras con un gesto seco y rápido. Al instante, ambas piedras parecieron implosionar en un principio, pero luego liberaron tal cantidad de energía que incluso el aire pareció ondularse y distorsionarse a medida que la onda expansiva avanzaba en círculo a partir de donde estaba situado Enitt, tal como las ondas en un estanque cuando se lanza una piedra. El Portal se deformó, se retorció cuando fue alcanzado por la fuerza liberada por las Piedras, y, finalmente,  se desvaneció. A medida que avanzaba, la fuerza se iba desgastando; sin embargo también alcanzó a las criaturas recién venidas, que desaparecían o morían  dependiendo del plano procedente, en cuanto eran tocadas por aquella energía. Las montañas temblaron y toneladas de roca se vinieron abajo, y una gran grieta se formó en el desfiladero, profunda como para llegar al infierno; se abrió paso rompiendo el suelo como un rayo durante un kilómetro, tragándose todo lo que encontraba a su paso.
Pronto la tierra dejó de temblar y todo se calmó. Dejó de oírse el ruido de miles de pies, patas y pezuñas caminando en el suelo rocoso, dejó de oírse el murmullo de las criaturas extrañas que entraban jubilosas al mundo de Álderan dispuestas a conquistarlo, masacrarlo y someterlo; sólo el viento susurraba en el vacío desierto en que se había convertido el desfiladero.

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