sábado, 1 de enero de 2011

Capítulo 5 parte 3


3


El cuerpo principal de infantería retrocedió de nuevo hasta la capital, Sux, alertados por Excelenior de la amplia superioridad del ejército de Krons, que se acercaba imparable arrasando todo lo que encontraba a su paso. Las aldeas y pueblos, abandonados por sus habitantes a toda prisa, ardían después de ser saqueados. Esa noche podían verse los resplandores de los fuegos desde muchos kilómetros de distancia, sembrando más miedo a medida que nuevos focos más cercanos se encendían.
Con las primeras luces, los centinelas de las murallas de Sux vieron en lontananza al enemigo aproximándose. El propio rey y los mariscales acuartelados allí se personaron para valorar la situación por sus propios ojos. Lo que vieron les heló la sangre y desató el peor pesimismo.
— Que los Dioses nos asistan…— murmuró el rey.
Una sombra negra en la tierra se extendía hasta el horizonte. Las huestes de Balician parecían no tener fin. Antes de mediodía los tendrían ante sus puertas.
Excelenior aterrizó  en el patio de la fortaleza y tomó su forma humana. Subiendo de dos en dos las escaleras, llegó a lo alto de la muralla a informar al rey.
—Majestad— le saludó respetuosamente, inclinando la dorada cabeza.
— Decidme que venís a traerme alguna esperanza, Gran Señor— le pidió el rey al dragón.
—Los ejércitos de Tornia, Ímbrolas, Andarathiel y una fracción de Selenia están ya muy cerca. Desafortunadamente, no llegarán antes que las fuerzas oscuras. Debéis resistir aquí y darles tiempo.
—Estamos preparados para intentar evitar la invasión de la ciudad, pero al mirar al horizonte no lo creo posible. Incluso si logramos evitar su inmediata invasión dentro de las murallas, ¿cuánto podríamos resistir el asedio antes de que logren penetrar?
— No os dejéis abatir o habréis perdido la guerra— le regañó el dragón—. Recordad que están de camino numerosos tercios para ayudaros. Todo el mundo libre se ha comprometido con vos.
— Si Sux cae, Delania estará perdida. El grueso de mis ejércitos está aquí, mi estado mayor y yo, el rey. Después de la masacre del desfiladero, no quedarán apenas soldados para defender el país.
— ¿Y las demás fortalezas?
— Las tropas procedentes de los baluartes más cercanos fueron diezmadas ayer.  Vos mismo fuisteis testigos de su caída. Las más alejadas no llegarán a tiempo de ayudarnos, ni serían un obstáculo para ese ejército, a no ser que se combinaran con fuerzas extranjeras. Pero viendo la facilidad de su avance y el número inagotable de esas huestes, no creo posible que ni todos los ejércitos de Álderan juntos puedan detenerles.
Ambos, rey y dragón se quedaron pensativos mirando en lontananza.
— Por si os sirve de consuelo, mis hermanos están en camino.
El rey clavó de inmediato sus ojos en él, más animado.
— Toda ayuda es bien recibida, os lo aseguro.

Eisset se puso en pié y se enfrentó con el bárbaro, echando chispas por los ojos.
— ¡Maldito idiota! ¿Acaso te das cuenta de lo que has hecho? ¡Acabas de condenarnos a todos!
Pero Briego no estaba menos enfadado que ella, y no se arrepentía de su acción.
— ¡Y tú eres una condenada presuntuosa!—le gritó a su vez el bárbaro—. De momento nos habéis servido de bien poco, tú y la Piedra.
Proctor miró a Briego con su compostura y sangre fría habituales.
— Quizá la Piedra hubiera servido para cerrar la Puerta de los Planos… En fin, ahora ya no la tenemos.
Liander suspiró ruidosamente y se aclaró la garganta.
— Podemos recuperarla— opinó—. Proctor, propongo que tú y Briego os adelantéis volando. Quizá podamos ayudar a Winter, Enitt y Ross a…
— ¡Winter está muerta!— gritó fuera de sí la sacerdotisa.
Un silencio incómodo siguió a su sentencia.
— Eso aún no lo sabes…— habló Sivar por fin.
— Si, lo sé. Lo vi, vi a Enitt sujetándola entre sus brazos mientras moría. No quise decírselo a él, porque… en fin, ya podéis imaginaros el por qué. Tampoco sabía en qué momento ocurriría, puesto que él estaba aquí, con nosotros… Pero al haber ido allí, todo debe haberse precipitado.
— A pesar de eso, al menos la niña, Enitt y Ross siguen allí. Y el Enlace, nuestro objetivo, por cierto— intervino Liander de nuevo—. Propongo que os pongáis en marcha de inmediato; nosotros recogeremos el campamento y nos pondremos en camino sin tardanza.
— Yo voy con ellos— dijo Sivar—. Soy ligero y ágil, no supondrá un problema para Proctor llevarnos a los dos.
— Sea— aceptó el dragón.
Proctor no se hizo esperar. Se transformó tras separarse bastantes metros del grupo, y se agachó para facilitarle a Briego la escalada a su grupa, mientras los demás recogían rápidamente.
Sivar le alcanzó una manta al pelirrojo para que la dispusiera a modo de silla, con la intención de evitar desollarse ambos los muslos contra las duras escamas. Después se encaramó con la agilidad propia de su raza hasta el lomo del carismático compañero, sentándose ante el bárbaro.
— Agarraos bien, y procurad que vuestras espadas no me molesten— les advirtió el dragón plateado.
Briego se quitó rápidamente el cinturón del que pendía la vaina de la espada y lo cruzó en su pecho, de modo que su acero quedó alojado en la espalda.
— ¿A dónde se supone que debemos agarrarnos, jodido dragón? ¡No veo que tengas ningún agarradero!—protestó, nada tranquilo ante la perspectiva de volar.
— Pronto encontrarás algo a lo que aferrarte, por la cuenta que te trae…—respondió él, divertido.
El dragón se agazapó y luego saltó para darse impulso. Desplegó entonces las alas y comenzó a batirlas, elevándose a bruscos trompicones.
— ¡La madre que…! ¡Más suave, Proctor, malditas sean tus escamas!— oyeron gritar a Briego—. ¡Y tú no te rías, perro, o te tiraré del dragón en pleno vuelo!
Las risas de Sivar ante las quejas del bárbaro se diluyeron en el cielo que ya empezaba a clarear y los tres desaparecieron rápidamente de su vista, perdiéndose sobre las copas de los árboles. Eisset y Liander montaron entonces en sus caballos y se lanzaron al galope en la misma dirección, acarreando los corceles sin jinete.

Ross y yo llegamos a una ancha escalera, esculpida en la misma piedra de la caverna convertida en fortaleza. Mi compañero, instintivamente, colocó un pie en el tramo que se hundía hacia las profundidades. Yo le detuve.
— No— le reprimí—. Si bajamos nos entregaremos a una muerte segura. Además, no está ahí abajo.
— ¿Cómo lo sabes? ¿Has tenido otra visión?— me preguntó anonadado.
— En efecto. Por otro lado, lo más lógico es que el mago se asegure una salida por si las cosas se ponen feas. Busquemos por los niveles superiores.
—El mago puede conjurar portales.
—No si no puede concentrarse. O eso espero…
—Enitt… Esas visiones… Me pregunto de dónde vienen, y por qué las experimentas.
— No sé de dónde provienen, pero creo que las tengo cuando mi muerte es inminente.
—Vaya… Es un valioso don.
—Lo es, a qué negarlo. Subamos.
—Después de ti— dijo Ross haciéndose a un lado.
Yo no me hice de rogar y comencé a subir los escalones de áspera piedra con cautela. No bien llegamos al siguiente nivel oímos el ruido que producían un bonito número de botas contra el suelo bajando las escaleras. Agarré a Ross del brazo y tiré de él hacia uno de los pasillos, con intención de escondernos. Cuando alcanzaron el rellano, una voz áspera impartió órdenes.
— Vosotros, controlad el pasillo de la izquierda y las salas. Los demás, conmigo al pasillo de la derecha.
Sin hacer ruido y con movimientos suaves, los dos nos desplazamos hasta el final del corredor. Abrí la puerta de la última habitación, que estaba vacía.
— De aquí no hay salida, Enitt, ¿hemos hecho lo correcto?
— Las fuerzas se han dividido, y conviene que acabemos con los de éste pasillo antes que los del otro oigan la reyerta y se unan a éstos. Será más fácil.
— Bueno, visto así...
De modo que nos preparamos en la pared, junto a la puerta, para sorprender a aquellos tan pronto como entraran. No tuvimos que esperar apenas, pues el grupo se había dividido por parejas para registrar más deprisa las numerosas estancias de aquella ala. Nuestras espadas les dieron la bienvenida, y los dos hombres pararon a duras penas nuestra acometida. Ross había herido a uno en el brazo hábil, por lo cual no le costó apenas acabar con él. Yo me las vi con el otro,  que por cierto era diestro en el manejo del acero, pero yo lo era más. Terminé rápido con él, pues no quería cansarme innecesariamente ante la perspectiva de las numerosas escaramuzas que seguro nos aguardaban antes de dar con Solomon. Resonaron pasos apresurados en el pasillo y mi amigo y yo nos colocamos ante la puerta de modo que limitábamos el número de atacantes a dos como máximo, y estorbándose. De este modo fue muy fácil vencer a la sección de veinte hombres del corredor derecho.
A hurtadillas, avanzamos por el pasillo intentando ganar la escalera sin ser detectados por el otro grupo, pero eso hubiera sido mucha suerte. Les oímos llamar a la cuadrilla  que acabábamos de liquidar, ya se aproximaban a nuestra posición con cautela y desconfianza. Veinte más. Saqué una daga de mi bota, y Ross me imitó. Aún no nos habían visto cuando lanzamos los cuchillos hacia la pareja de vanguardia, que cayeron atravesados. Dieciocho. Los demás dudaron y frenaron su avance, nosotros reculamos y entramos sigilosamente en una habitación, dispuestos a repetir la táctica anterior en caso necesario. Pero mientras yo cerraba apresuradamente la puerta, Ross reclamó mi atención palmeando repetidamente mi brazo.
— ¿Qué?— le increpé.
Su cara miraba al frente, hacia el centro de la habitación, con ojos como platos. Seguí la dirección de su mirad, y mis ojos se abrieron también de par en par. Un enorme gólem de piedra se alzaba en el centro de la estancia, que parecía ser la antesala a otra cámara. 
— Treansabe ek ína´doo— dijo la mole, que parecía un burdo intento de imitación a la figura humana moldeada por un niño muy pequeño.
—Mierda… ¿hablas idioma gólem?— pregunté a mi amigo.
— ¿Idioma gólem? Ni sabía que existiera…
—Creo que nos pide una contraseña— reflexioné.
— Pues de bien poco nos serviría hablar su idioma entonces…
— Salgamos de aquí.
Cuando abrí la puerta, varios guerreros pasaban justamente ante ésta por el corredor. Salimos de la estancia, cerramos el acceso por si acaso y nos lanzamos contra ellos, pues eran a todas luces menos peligrosos que la criatura. Las espadas entraron de nuevo en acción.
Pronto nos vimos rodeados y en consecuencia nosotros nos colocamos espalda contra espalda, aguardando a que ellos realizaran el primer movimiento. Cuando uno  se decidió a atacar, los demás le imitaron como si hubieran estado esperando una señal; pero nuestros aceros salieron disparados en un rápido barrido de derecha a izquierda y viceversa, trazando un perímetro mortal para los incautos que lo traspasaron. Comenzó de nuevo a llover sangre sobre el áspero suelo de piedra. Cuatro menos: catorce. Los demás cayeron de uno en uno, vendiendo cara su piel y obligándonos a esforzarnos al máximo, parando peligrosas estocadas que caían desde todos los ángulos y contraatacando en las pocas  ocasiones que podíamos, sin fallar una. La velocidad con que nos vimos obligados a mover la pesada hoja en el relativamente corto espacio de tiempo que duró la escaramuza nos dejó cansados y sudorosos, así que decidimos descansar unos minutos. Mientras lo hacíamos sentados en el suelo con las espaldas contra la pared, una incógnita no cesaba de dar vueltas en mi cabeza.
— Ese gólem custodia algo, Ross, y debe ser algo importante para tener semejante centinela.
Ross chasqueó la lengua.
— Estaba pensando lo mismo… Quizá deberíamos indagar.
— Lo haremos, pero no ahora. Primero la niña. Venga, no podemos perder más tiempo— resolví poniéndome en pie—. Ojalá tuviéramos aquí una de las pócimas reconstituyentes de Sivar…
— O dos…
—Ugh, eso… dos.
Volvimos a las escaleras y las subimos raudos un nivel más. Ignorábamos cuántos había en aquella fortaleza excavada en la roca, ni en cuál estábamos. Pero tampoco me importaba. De nuevo dos pasillos, izquierda y derecha, llenos de puertas. Empezamos a registrar el ala derecha. Almacenes, principalmente. Los pocos guerreros que encontramos fueron aniquilados fácilmente.
En el ala izquierda encontramos una armería y una herrería. Tampoco dejamos supervivientes, y nos proveímos de unos prácticos shakkens. Cuando regresamos a las escaleras, oímos de nuevo ruido de botas. Subían: la horda que habitaba las profundidades, aquellos que vi dándonos muerte en mi premonición, ascendía en nuestra busca. Hora de correr.
Y cómo corrimos. Tomamos el pasillo de la izquierda ésta vez, por proximidad, y lo recorrimos en sus tres cuartas partes. Escogimos una puerta al azar y entramos con cautela en la estancia: estaba ocupada. Por Solomon.

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